Lluís Cànovas Martí / 24.2.2003
[ Vegeu també: La encrucijada cubana / «Volveré y seremos millones» (Indigenísmo y crísis revocatoria en Bolivia) / La primera mitad del siglo XIX / Venezuela, políticamente incorrecta / La ley Helms-Burton: España y la UE ante el bloqueo de Cuba / Honduras, una democracia de patio trasero: bipartidismo y alternancia en la oligarquía hondureña ]
La persistencia de la crisis ha sido una de las características destacadas del subcontinente americano. La percepción que del fenómeno tienen la población que la sufre y los estudiosos aparece como paradigma del escepticismo respecto a las soluciones de futuro que plantean la política y la prospectiva. Sin embargo, pese a tanta suspicacia, periódicamente aparecen alternativas capaces de levantar el fervor popular, siquiera para demonizarlas y confirmar, transcurrido un tiempo, la inexorabilidad del fatalismo que conllevan: en la década de 1990 fueron paradigmáticos los casos de Jean-Bertrand Aristide en Haití (1990) y Hugo Chávez en Venezuela (1999). En 2003, coincidían las dos caras del fenómeno: en pleno bajón de Chávez, que parecía colocar a los venezolanos al borde de la guerra civil, la subida de Lula da Silva en Brasil devolvía la fe en la experiencia reformista.
En la década de 1990, el éxito relativo del modelo de desarrollo neoliberal aplicado en América Latina comportó el paso de una inflación del 439 % en 1990, a índices de dos cifras en todos los países y un crecimiento medio del producto interior bruto del 3 %. Se basaba dicho modelo en las zonas de libre comercio, que en 1991 dieron nacimiento al Mercado Común del Sur (Mercosur, que intensificó las relaciones comerciales entre sus países miembros: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, a los que se asociarían Chile, en 1996, y Bolivia, en 1997) y desde la Cumbre de las Américas (Miami, 1994) se trabaja en la creación de una Zona de Libre Comercio Americana (ZLEA) con las 34 democracias del continente (todos los países salvo Cuba) mediante ampliaciones del Acuerdo de Libre Comercio (1992) suscrito por Estados Unidos, Canadá y México.
Las condiciones de sostenimiento de ese incipiente desarrollo naufragaron, salvo en Chile, en las turbulencias financieras de una globalización que en México (efecto tequila, 1994), Brasil (efecto samba, 1999) y Argentina (efecto tango, 2000), como en el resto de países, había acrecentado la pobreza y una exclusión que amenazaban con hacerse ingobernables, y provocó toda suerte de estallidos sociales y cambios políticos: en México la reforma política hundió al PRI (2000), en Brasil llevó al triunfo de Lula (2002), en Argentina seguía en 2003 pendiente de una salida institucional. Mientras la nueva política apagaba unos conflictos (guerras civiles de El Salvador y Guatemala), la segmentación interna entre regiones y países rescataba viejas guerras (Ecuador-Perú en 1995) y litigios fronterizos (Venezuela-Colombia), movilizaba a las minorías indígenas (Chiapas en 1994, Ecuador en 2001...), multiplicaba los cárteles del narcotráfico... Contracara de una globalización que patrocinaba el fin de las dictaduras (y comenzó con la caída de Pinochet en Chile, en 1990, para culminar con la huida del presidente peruano Fujimori, en 2000) de la mano de la nueva política estadounidense respecto a los derechos humanos.
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Lluís Cànovas Martí, «América Latina: escepticismo y esperanza » Apartat 3 d'«El mundo tras el 11 de septiembre», capítol final de la Historia Universal Larousse, volum 34, RBA Editores/Spes Editorial, Barcelona, 2002-2003