Venezuela, políticamente incorrecta
Lluís Cànovas Martí  /  4.10.1999

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Todas las encuestas habían reflejado su popularidad y que iba a ser el ganador, pero no por anunciado el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998 dejó de sorprender a una opinión internacional adversa, que le echaba en cara su pasado golpista. No por menos anunciada dejó de causar estupor que pusiera manos a la obra al cumplimiento de su promesa electoral de una Quinta República que pregonaba ya en el mismo nombre con que había concurrido a las urnas: Movimiento Quinta República. Figura habitual de la práctica política, el olvido de las propuestas electorales forma parte ya del acervo inquebrantable de lo políticamente correcto y no suele merecer mayores aspavientos de quienes desde los medios de comunicación forjan la opinión pública. Pero el caso de Chávez se manejaba inconfundiblemente en los parámetros de lo políticamente incorrecto, porque no sólo se había decidido a satisfacer el programa votado por la mayoría absoluta, sino que amenazaba con romper el statu quo de la sociedad venezolana arrumbando el viejo sistema bipartidista, desgastado por cuarenta años de ejercicio y por los esquilmes corruptos del último de sus líderes, el socialista Carlos Andrés Pérez.
El 25 de abril de 1999 un referéndum legitimaba el órgano soberano del nuevo poder popular, institucionalizado en una Asamblea Constituyente. Tres meses más tarde, el 27 de julio, las elecciones proporcionaban a Chávez 120 de los 131 escaños del nuevo poder legislativo y ponían hilo a la aguja de una «revolución» que rompía los esquemas de un mundo globalizado en el que no parecían caber tales aventuras. En los días siguientes, el conflicto de competencias se arremolinaba en torno al Congreso y a la Corte Suprema de Justicia, donde diputados y magistrados se resistían a ceder sus prerrogativas e incluso hubo plantes y episódicos asaltos a la cámara. Cuando al fin cedieron, fue, sin embargo, para encarar formas de resistencia más sutiles que parecían apuntar a la legitimación de un golpe de estado.
En el orden internacional, el cerco al régimen de Chávez comenzaba por reconocer la importancia de Venezuela y el dédalo de intereses que surca las aguas de su lacustre mar de petróleo. Destacados voceros de la globalización, como Mario Vargas Llosa, sugerían que los países occidentales, y Estados Unidos en primer lugar, no iban a regatear esfuerzos para moderar los «excesos voluntaristas, verticalistas y planificadores del estentóreo caudillo» y exigirle, en política económica, «un mínimo de sensatez». En resumen, el sometimiento a los intereses del imperio y la vuelta a una política correcta.

[ Vegeu també: La primera mitad del siglo XIX / América Latina: escepticismo y esperanza ]

Lluís Cànovas Martí, «Venezuela, políticamente incorrecta»
Escrit per a l'Anuario Océano 1999, Editorial Océano, Barcelona, 2000