La revolta francesa del Maig de 1968 va ser el màxim exponent de la politització contestatària de la dècada dels anys seixanta. Des del 3 de maig, a París, els estudiants de la Sorbona prengueren el carrer i ocuparen nombrosos edificis emblemàtics de la capital.
Lluís Cànovas Martí / 1987
[ Vegeu també: Apocalípticos del bienestar (1): La contracultura contestataria de los años sesenta / D’abord Debord [Ectoplasmes 2] /Després de Marx, Abril [Ectoplasmes 6] / Treball i paradís xippie en les utopies postindustrials (1a part) / Mayo de 1968 y los movimientos contestatarios / Vagues explosives: i contra què i contra qui. ]
Holanda fue el primer país donde el espíritu de revuelta juvenil se concretó en un movimiento con objetivos políticos propios. Su aparición tuvo lugar por primera vez en julio de 1965 en Amsterdam, con ocasión de las fiestas de celebración del compromiso de la princesa Beatriz con Klaus von Amsberg, que resultaron deslucidas en su fastuosidad por los constantes hostigamientos y provocaciones de grupos que se autocalificaron como provos, un neologismo empleado por primera vez seis meses antes, durante la presentación de la tesis de Wonter Buikhnisen Fundamentos del comportamiento de los jóvenes subversivos en la Facultad de Sociología de la Universidad de Utrecht. La acción contra la institución monárquica, que en marzo del año siguiente se repetiría de forma más espectacular con ocasión de la principesca boda, coincidió con la aparición del primer número de la revista Provo, que fue objeto de secuestro gubernativo y prosiguió con la publicación de otros catorce números en el curso de los casi dos años que duró el movimiento. En el transcurso de ese tiempo, sus acciones apuntaron contra todas las manifestaciones del autoritarismo institucionalizado holandés y contra el consumismo.
Sus formas de denuncia más habituales fueron los happening, una táctica de provocación, basada en técnicas de representación teatral con las que se incita a la participación del público. En Holanda, el happening había sido utilizado ya en 1964 por la juventud inconformista, que aprovechó la donación a Amsterdam de la estatua del Het Lieverdije efectuada por una fábrica de tabaco para satirizar ante ella el consumo de tabaco y la polución que cubría la ciudad, convertidos así en símbolos de la sociedad de consumo. Continuando el hilo de aquel discurso crítico, los provos pusieron en práctica, entre otras iniciativas, los «planes blancos»: unas veces eran bicicletas de ese color abandonadas en la calle a disposición de quienes quisieran utilizarlas, otras eran programas para la reconversión de la policía en equipos de trabajo socialmente útil o acciones en las que se pintaban de blanco los escasos lugares libres de contaminación atmosférica y las residencias de autoridades especialmente represivas.
Esa estrategia de provocación se basaba en el convencimiento, según palabras de su principal portavoz, Bernard de Vries, de que «únicamente estamos capacitados para provocar una discusión de una amplitud sin precedentes y obligar a las autoridades a arrojar la máscara tras la que se ocultan», porque, según su compañero Roel Van Duyn, «se puede ser todo lo revolucionario que se quiera, pero antes veremos salir el sol por occidente que la revolución en Holanda», ya que la clase obrera está «atada de pies y manos al actual sistema social» y solo el «provotariado» puede rebelarse. El ejemplo provo se extendió a otras ciudades holandesas, y también a Bruselas, París, Londres, Frankfurt, Estocolmo, Milán y Nueva York. El 13 de mayo de 1967, el movimiento se autodisolvió en el curso de una reunión que celebraron en el parque Vondel de Amsterdam, una decisión que ellos estimaron consecuente con la tradición libertaria de no crear estructuras organizativas de carácter permanente.
La Black Mask fue un grupo anarcodadaísta neoyorquino que en 1966 se orientó con éxito hacia la sensibilización política de los hippies y escogió como marco preferente de sus acciones el terreno de la cultura institucionalizada y mercantilizada para uso del stablishment: museos, galerías de arte, exposiciones, conferencias, festivales... veían interrumpida su actividad por las fugaces incursiones de una guerrilla cultural que ponía en evidencia a oradores y artistas y ridiculizaba las sacralizadas formas sociales de los asistentes. Entre sus acciones más representativas destaca la que llevaron a cabo con ocasión de una muestra de Arte Revolucionario que incluía conferencias y exposiciones: imprimieron una invitación en la que se anunciaba una fiesta con comida gratuita y la distribuyeron entre vagabundos, negros, alcohólicos y desocupados, quienes se convirtieron en puntuales asistentes al acto e invadieron salas obstaculizando toda actividad. Sus acciones se vieron truncadas por el incremento de las fuerzas de seguridad desplegadas en los actos culturales y la progresiva radicalización de la juventud, que crearon un terreno abonado para contestatarios del tipo de los motherfuckers.
Los yippies nacen con la concienciación política del underground americano y más concretamente con la de una buena parte del movimiento hippie. El proceso, superficial al comienzo, acaba con el paso de la gran mayoría de hippies a las filas de una revolución que se entiende de las más contradictorias maneras —según los yippies, «la revolución es lo que hacéis durante todo el día, vuestro modo de vivir... que crea a cada instante la nueva sociedad mientras destruye la vieja»—, pero cuya fuerza mítica aúna a las más variadas organizaciones en torno a lo que se conocerá como Movement. El ex líder estudiantil Jerry Rubín —de quien Norman Mailer dice que es «el más imprevisible, creativo y peligroso filohippie a disposición de la nueva izquierda», famoso desde que en el Día del Vietnam de octubre de 1965 salió adelante en su proyecto de taponar con flores las ametralladoras de la Guardia Nacional, contra la que se usaron pistolas de agua— narra en su iconoclasta Do it el diálogo de una velada de octubre de 1967 entre amigos, en que Abbie Hoffman, Paul Krassner, él mismo y otros fundaron con desenfadada imaginación el yippismo: «Es la revolución de la juventud: youth. Retengo Y. —Es internacional: Retengo I. —Está hecha por gentes que se quieren divertir, conocer el éxtasis, la auténtica vida: es un party (en inglés: partido y fiesta): Retengo P. —¿Y qué obtengo?: Youth International Party (Partido Internacional de la Juventud). Paul Krassner salta y se pone a vociferar: «¡YIPpie! ¡Somos yippies!». Un movimiento acababa de nacer».
Aupados inmediatamente por significados representantes del underground, como los poetas Ed Sanders y Tuli Kupferberg, el conjunto los Fugs y el cantante Phil Ochs, se entregaron a una revolución cotidiana que identificaba vida y acción teatral: «Ha nacido un hombre nuevo... Un loco hijo de puta con pelos largos, barbudo, peludo, cuya vida es teatro», afirma Rubin. Su existencia teatral se basa en el análisis crítico de los mass media: «Los medios de comunicación no refieren noticias, las crean. Una cosa sucede cuando aparece en la televisión, y se convierte en un mito... La presencia de una telecámara transforma una manifestación, nos convierte en héroes... cuanto más exageran los media, mejor... Hoy no se puede ser revolucionario sin un televisor. ¡Es tan importante como un fusil! ¡Cada guerrillero debe saber utilizar el terreno de la cultura que está intentando destruir! Nuestro objetivo... teatro puro... información pura». Los yippies se convierten pronto en los contestatarios por antonomasia del sistema americano: apedrean con monedas a los accionistas que negocian en los corros de la bolsa neoyorquina; lanzan bolsas de sangre contra los automóviles del séquito del secretario de Estado Dean Rusk; penetran disfrazados de indios, Papá Noel o con uniforme del Séptimo de Caballería en el edificio del Comité de Actividades Antiamericanas; durante seis meses, insertan anuncios en la prensa underground invitando a la Convención Nacional que entre el 25 y el 30 de agosto de 1968 debe celebrar en Chicago el Partido Demócrata. Explican: «la nueva izquierda creó el teach in, los hippies el be in, los yippies el do in o Uve in», en este caso la convención será un do in con «seis días de vida auténtica... venid y festejad vosotros mismos», «promete ser una bonita fiesta, con hippies fumando marihuana (desobediencia civil)», «una de las noches cien mil personas quemarán simultáneamente fajos de cartillas de reclutamiento... Debe ser una revolución a la inversa». En el curso de la convención, convertida en Festival de la Juventud Internacional (YIP), los yippies, que acababan de elegir para la presidencia de Estados Unidos al lechón Pigasus, símbolo del capitalismo americano («El pueblo elige un presidente y el presidente se come al pueblo; nosotros elegimos un presidente y nos lo comemos»), se baten con habilidad y sentido de la organización contra la policía, que es acusada por la prensa de emplear «tácticas de Gestapo». Las tendencias libertarias del movimiento yippie se canalizarían posteriormente en el programa político del White Panthers Party, constituido en base al modelo de los esquemas orgánicos y los métodos de lucha de los Black Panthers.
Enragés fue el insulto que la prensa conservadora francesa dirigió contra los jóvenes estudiantes protagonistas del movimiento revolucionario de Mayo de 1968. El término enragé evocaba, en la burguesía, la idea del contestatario enfurecido que se entregaba a lanzar espumarajos por la boca, una imagen tan descalificadora de la legitimidad de sus propósitos como debió de serlo la del sans culotte de la Revolución Francesa para la aristocracia de fines del siglo XVIII. La ambigüedad del término, estoicamente encajado como un cumplido por sus destinatarios, y la ligereza con que se aplicaba debido a la apremiante necesidad de etiquetar un fenómeno cuya originalidad sobrepasaba los esquemas hasta ese momento conocidos, explican el que como enragés quedaran englobados los miembros de las distintas familias de la nueva izquierda, quienes se vieron sumergidos como individuos en un movimiento iniciado espontáneamente al margen de las consignas de sus respectivas organizaciones, sobrepasadas en la práctica e incapaces de comprender el sentido y alcance de los acontecimientos que se producían. Tales características sorpresivas, que se mantuvieron en el transcurso de todo el conflicto, trascienden el interés meramente político y han sido objeto de la mayor atención por parte de historiadores, sociólogos y estudiosos en general, proporcionando uno de los mayores legados bibliográficos que la historia sociopolítica del siglo XX haya dado. La mayoría de los autores está de acuerdo en señalar que Mayo de 1968 fue una coyuntura histórica excepcional en la que coincidieron diversos elementos y factores de difícil, por no decir imposible, repetición. Según el sociólogo Alain Touraine, la importancia de aquel movimiento «deriva de la coincidencia de una serie de hechos, y no de una necesidad social. Lo que produjo la unidad del 68 fue la asociación histórica de varios factores que después se separaron...: obrerismo, ... discurso de la modernización —de la liberación— y el surgimiento de nuevos movimientos sociales. El 68... los alió entre sí contra el gaullismo». Las diferencias más encontradas entre los diversos autores aparecen, no obstante, al analizar el significado profundo del movimiento. En este sentido, mientras que, por ejemplo, para Touraine fue la «última gran jornada revolucionaria del siglo XIX», vemos que para su colega Henri Lefebvre fue «el comienzo de la primera revolución de este siglo, ya que las revoluciones anteriores llevan la fecha del siglo XIX, la impronta agraria», valoraciones diametralmente opuestas, aunque coincidentes en la deliberada voluntad de desplazar los acontecimientos en las coordenadas temporales que marcan la cronología de los hechos. El elemento prioritario del movimiento de Mayo de 1968 fueron los estudiantes. En la génesis del conflicto desempeña un papel destacado la clásica espiral acción-represión, desencadenada a partir de la lucha por reivindicaciones específicas del mundo universitario: un mundo cuyas arcaicas estructuras, orientadas en el pasado hacia la formación de exiguas élites de privilegiados, resisten a duras penas el empuje de una población estudiantil creciente que, a impulsos del desarrollo económico, ha pasado a convertirse, en pocos años, en el principal de los nuevos grupos sociales emergentes en las sociedades de capitalismo avanzado. Entre las organizaciones que en Francia animan el hervidero estudiantil derivado de esta problemática merece especial mención la Internacional Situacionista, grupo de escasas decenas de militantes surgido en 1957 como plataforma de crítica radical (letrista e imaginista) en el campo de la actividad artística: entregados, en los años siguientes, a la elaboración de una teoría crítica de la vida cotidiana, los situacionistas no se proponen la implantación orgánica ni el desarrollo de actividades tendentes a modificar la realidad social, sino, simplemente, sembrar la semilla para que «las ideas sean peligrosas». En este sentido, el primer éxito lo obtuvieron en 1966 con su opúsculo Sobre la miseria en el medio estudiantil, texto teórico surgido de la discusión con los representantes universitarios de Estrasburgo, quienes lo editaron con cargo a los fondos del sindicato oficial que dirigían y propusieron, en congruencia con el contenido del documento, disolver en asamblea la corporación estudiantil: una propuesta que enlaza con la concepción situacionista de la revolución como proceso espontaneísta que desborda los planteamientos de las organizaciones tradicionales y desemboca en la autogestión generalizada. El eco de los sucesos de Estrasburgo alcanzó proyección nacional animado por lo que se consideraron escandalosos enunciados de aquel texto y por una sentencia judicial que declaraba ilegal la disolución del sindicato, que los estudiantes no pudieron hacer formalmente efectiva hasta enero de 1968.
En último término, el proceso ideológico de agitación estudiantil previo a Mayo de 1968 estuvo en buena parte marcado por estos hechos y por la influencia de las tesis situacionistas. En la cronología de mayo, el día 2 la autoridad académica clausura la Universidad de Nanterre con objeto de cortar una ola de agitación que dura desde el 22 de marzo, fecha en que un puñado de estudiantes ocupó el rectorado para exigir el derecho a la libertad de expresión y a celebrar reuniones políticas: la ocupación del rectorado había cristalizado en un movimiento que tomó el nombre de aquella efemérides y que agrupaba, bajo planteamientos de acción libertarios, a militantes radicales de diversas tendencias. Hasta el día 13 de mayo la revuelta reviste carácter exclusivamente estudiantil, teniendo su punto álgido en la noche del 10 al 11, cuando la policía y los Cuerpos Republicanos de Seguridad se ven obligados a recuperar palmo a palmo el Barrio Latino de París, defendido por los enragés, que se han parapetado detrás de más de sesenta barricadas: una forma de lucha en la que Bensaid y Weber reconocen la evocación «de los espectros de 1848 y de la Comuna, el mito de la huelga general insurreccional y de la acción directa, todas las hazañas de la clase obrera francesa, hondamente afincadas en su conciencia colectiva», pero a la que los estudiantes añaden una dimensión de modernidad, expresada en el slogan «levantad los adoquines, y encontraréis la tierra», que reivindica con metafórico acento lírico el reencuentro con la naturaleza como objetivo indesligable de la lucha por la libertad. Los eslóganes, convertidos en inscripciones murales, significan una vuelta a la vieja técnica de los graffiti, que se transforma en instrumento de comunicación útil para explicitar, más allá de la acción y del aparente caos que en conjunto su elevado número configura, aquello que para los enragés es su mensaje, el sentido último de la revuelta: «cambiar la vida, transformar la sociedad», «vivir contra sobrevivir», «la calle vencerá», «seamos realistas: pidamos lo imposible», «la imaginación al poder», entre las que mayor fortuna obtuvieron en los medios de comunicación, pero asimismo un inacabable catálogo de indicaciones prácticas y normas de conducta revolucionarias, reflexiones y citas de pensadores, sobre todo de Marx y Bakunin, y de poetas, con especial preferencia por los surrealistas André Bretón, Antonin Artaud y Tristan Tzara, siempre para hacer hincapié en la importancia capital de la acción («ser libre en 1968 es participar») sobre la teoría.
Este aspecto de comunicación en la revuelta, que atrajo la curiosidad de los mass media y fue ofrecida al gran público como prueba de excentricidad e ingenua inoperancia, era, sin embargo, solo una de las formas en que se manifestaba la exigencia de «tomar la palabra», según expresión que los estudiantes emplearon profusamente y que indujo a Roland Barthes a «definir superficialmente —pero también tal vez esencialmente— la rebelión universitaria como una Toma de la Palabra, como se dice Toma de la Bastilla») por parte de todos y cada uno de los protagonistas del movimiento. Más fundamental para la marcha de los acontecimientos resultó el que los protagonistas de Mayo de 1968 se aseguraran el ejercicio permanente de aquella posibilidad de «tomar la palabra» mediante la adopción de formas organizativas lo más próximas posibles a la democracia directa. Junto a las asambleas, surgieron en este empeño los comités de acción, organismos basados en los principios de revocabilidad, igualdad y autogestión, que aseguraron la cobertura de las necesidades de discusión teórica, gestión, acción... conforme aparecían, pero que, al mismo tiempo, fijaron también las bases de representación participativa indispensable para los fines que se proponían y, a la postre, fueron los que mejor enlazaban con el sentir general, tras diez años de permanencia en el poder de un régimen gaullista que había vaciado de contenido todas las instituciones de la democracia delegada y buscado la legitimación en el planteamiento periódico de referendums populares. Fue esta voluntad de participación la que impregna todo Mayo de 1968 y le da una dimensión de juego liberador de la vida colectiva que se manifiesta en todos los ámbitos: ocupación, barricadas, en la calle, durante las manifestaciones, en los comités de acción, de base... convirtiéndose en una característica consustancial al movimiento, aproximándolo a la vieja concepción libertaria de la revolución como una fiesta que conmociona existencias individuales y relaciones interpersonales, y que transforma la vida cotidiana de las gentes.
Otro aspecto igualmente destacable es que hasta Mayo de 1968 jóvenes y estudiantes habían ocupado siempre, en todos los procesos revolucionarios de la historia, un lugar en la vanguardia de otras fuerzas sociales, como dirigentes y propagandistas de las ideas subversivas. Ahora, en cambio, abandonaban ese papel dirigente para convertirse en el propio movimiento, encarnando a la vez la función de dirección intelectual y de acción militante de masas. Según Touraine, «antes los obreros constituían la base y buscaban las ideas en la intelligentsia, mientras que ahora los estudiantes son los que constituyen la base y buscan la teoría en el seno del mundo obrero».
Los obreros se incorporarían, sin embargo, al movimiento a partir del día 13, después de una convocatoria de huelga lanzada por los sindicatos. En los días siguientes, las centrales sindicales son sobrepasadas por los acontecimientos y se desencadena un movimiento de ocupaciones de fábricas. Destaca el protagonismo de los obreros más jóvenes, que se impone sobre la voluntad de los dirigentes —en especial los de CGT y PCF, quienes desde el comienzo han condenado la acción de los estudiantes— de reconducir la lucha hacia el terreno de las reivindicaciones concretas y las conquistas salariales. El éxito de los estudiantes al lograr esa participación obrera, que los dirigentes intentaron evitar, no había sido un golpe de suerte. Según Henri Lefebvre, la espontaneidad de que hicieron gala desde buen comienzo «no era una espontaneidad salvaje, sino cultivada, informada por decenas de años de experiencia y original; era la espontaneidad de un movimiento que había recibido informaciones de orden sociológico; los estudiantes... tenían conocimientos sobre el conjunto de la sociedad... Por esta razón intentaron y consiguieron una acción que afectaba al conjunto de la sociedad». En relación con el espontaneísmo de las primeras fases del movimiento se ha señalado, no sin razón, que parecía confirmar los análisis y teorizaciones de la Internacional Situacionista.
Sin embargo, la radicalidad del movimiento, que el día 24 se aproximó a formas insurreccionales, no supo en los días siguientes plantearse el problema del poder y dar una salida a la crisis que colapsaba el aparato de estado. El día 30, De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones. El 12 de junio disolvió todas las organizaciones izquierdistas. Las elecciones del 23 y del 30 de junio le proporcionaron al general su mayor triunfo en las urnas.
Como mito, el impulso del movimiento de mayo se prolongaría aún en los años siguientes con organizaciones que, sin resignarse a reconocer el carácter excepcional de los factores que habían influido en aquella coyuntura, se empecinaron en la voluntad de construir el Partido capaz de dirigir una Revolución de la que, según analizaban, mayo solo era el preludio. Entre 1968 y 1970, los militantes de la Gauche Proletarienne desarrollaron en tal sentido un anarco-maoísmo basado en una sorprendente interpretación de la Revolución Cultural china como movimiento espontáneo y se entregaron a una suerte de guerrilla urbana en la que abundaron acciones ejemplares: expropiación y distribución gratuita de billetes de metro en contra de las subidas de tarifas, invasión de tiendas de lujo y distribución de mercancías en barrios de inmigrantes, anuncio de verano «caliente» contra la burguesía de la Costa Azul... a modo de «larga marcha» hacia la revolución. A partir de los años setenta, con los primeros efectos de la crisis económica, las formas de oposición contestataria derivarían en toda Europa, aun sin desaparecer completamente bajo las fórmulas hasta aquí descritas, en otras dos nuevas direcciones de mayor peso específico: en un sentido, hacia la aparición de las primeras formas de oposición armada, y, en sentido contrario, hacia la integración de toda la experiencia de los años sesenta en el camino de la participación institucional, de la que fueron pioneros los kabouters.
Los motherfuckers, que adoptan con orgullo el insulto lanzado por la policía estadounidense contra los sospechosos a los que registra en la calle, amplían el radio de acción de la «guerrilla cultural» con objeto de politizar al lumpenproletariado del Lower East Side neoyorquino, barrio en el que surgieron en 1968. Entre las innovaciones de estos contestatarios, que se definen a sí mismos como «la vanguardia de la fantasía», destacan la realización de las primeras acciones ejemplares y la organización en grupos de afinidad.
Acción ejemplar representativa fue la liberación, para las masas juveniles, del teatro Fillmore East, que regentaba Bill Graham, a quien los motherfucker definieron como el «empresario hippie que ha hecho fortuna con nuestra música»: los actores del Living Theatre gemían «No me dejan fumar marihuana» durante la representación de Paradise Now, cuando los motherfuckers, en slips y fumando, lanzaron un Boletín del Teatro Libre (que aprovechaba la ambivalencia del free inglés: libre y gratuito): «Esta tarde del 22 de octubre de 1968, las masas recuperan este teatro para sí. En un principio, nuestras peticiones eran modestas, una tarde gratis a la semana. Bill Graham (que en el marco de las estructuras legales arcaicas tenía técnicamente el control del teatro) ha rechazado nuestras peticiones... Ahora el teatro pertenece a las masas, incluido Bill Graham... ¡Defendamos este territorio liberado!» Tras el escándalo y la negociación subsiguientes, en la que participaron los del Living y el yippie Abbie Hoffman, que asistía como espectador, el Fillmore pasó a ser liberado una vez por semana. Los grupos de afinidad estaban integrados por cuatro o cinco personas que se organizaban en función de relaciones interpersonales previas y la perspectiva de superar la tradicional división entre vida privada y acción política. Tal estructura, prácticamente impermeable a las filtraciones policiales, les facilitó una rápida expansión y movilidad que, unida a la radicalidad de planteamientos, les permitieron emprender las primeras acciones de sabotaje que se registraron en Estados Unidos: atentados con explosivos contra lo que consideraron símbolos más representativos del consumismo americano y la industria relacionada con la guerra de Vietnam. El ejemplo de los motherfuckers sirvió de modelo de referencia en la evolución hacia la lucha armada que a comienzos de los años setenta experimentaron los recién nacidos Weathermen.
Los kabouters, que adoptan el nombre de los gnomos de la vieja mitología nórdica, en la que encarnan el espíritu de la tierra y el papel de guardianes de los tesoros ocultos, hicieron aparición en Amsterdam en torno a la plataforma para la elaboración de un Programa del Estado Libre de Orange, manifiesto utópico aprobado el 5 de febrero de 1970, en el que se afirma que «la nueva sociedad no deberá estar gobernada por nadie, sino que se rige por sí misma desde el momento en que cada uno es responsable de las decisiones que debe tomar en el campo de la economía, la defensa, la higiene y el resto de los asuntos públicos... Esta nueva sociedad... será una democracia de consejos: en las fábricas, oficinas, universidades, que se coordinarán entre sí a nivel nacional e internacional... La nueva sociedad es socialista... Pero este socialismo... será absolutamente descentralizado y antiautoritario». En el proyecto, que promueve la creación de áreas de actuación paralelas a los doce ministerios gubernamentales —como el Departamento de Sabotaje de Reglas Fijas y del Hábito de la Obediencia, que sustituye al Ministerio de Defensa y se propone formar un «ejército de responsabilidades en desacuerdo»—, coinciden jóvenes del desaparecido movimiento provo y otros incorporados a la lucha contestataria a través de los conflictos vividos por Holanda en los últimos tiempos. Roel Van Duyn, que como en la experiencia provo vuelve a destacar en su papel de animador del grupo, explica: «Antes no nos preocupábamos por preparar una revolución que considerábamos utópica... hay que preparar la opinión, hacerla madurar... Provocación y realización, esto es lo que yo denomino teoría de las dos manos. Con la izquierda conmovemos los fundamentos del mundo caduco, introduciendo la utopía en su seno... Con la derecha atizamos el fuego, atacamos al enemigo y nos infiltramos en las instituciones».
Sus acciones, llevadas con métodos no violentos y un prudente y moderado sentido reformador, se atuvieron siempre a los principios de la acción directa: para resolver los problemas del tráfico urbano, un «servicio de eliminación de automóviles» retiraba los vehículos estacionados, cortaba la circulación y creaba zonas peatonales en las que se plantaban árboles y construían jardines, el tiempo justo para mostrar soluciones alternativas a las nuevas «miserias» engendradas por el desarrollo. En el mismo sentido lanzaron campañas en favor de la gratuidad del transporte público, la tercera edad y la solución del problema de la vivienda, proclamando en este sentido, con ocasión del aniversario de la liberación de Holanda, en mayo de 1970, el Día del Chabolista, que fue celebrado con la ocupación de viviendas vacías y dio impulso al movimiento kraker de ocupaciones ilegales. En las elecciones municipales de junio de 1970 en Amsterdam obtuvieron 38.000 votos (el 11 por ciento de los sufragios), que les valieron la elección de cinco concejales en un consejo municipal de cuarenta y cinco puestos. Asimismo, fueron elegidos uno o dos concejales en Ajax, Leiden y Alkmaar. Tras un año de gestión, las siguientes elecciones les proporcionaron solo 22.000 votos en todo el país y ningún representante. Espoleado por dicho retroceso electoral, las divergencias entre los kabouters favorables a la participación institucional y aquellos que veían con desconfianza la «teoría de las dos manos» condujeron a la disolución del movimiento, parte de cuyos efectivos se integraron, de acuerdo con las tesis reformistas de Van Duyn, en el Partido Radical Holandés.
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Lluís Cànovas Martí, «Apocalípticos del bienestar (2): La politización contestataria de los años sesenta»Escrit per a Miquel Izard (ed.) Marginados, fronterizos, rebeldes y oprimidos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1987.