Lluís Cànovas Martí / 2006-8.12.2023
György Ligeti fue el primer miembro de la vanguardia musical del siglo XX que rompió el cerco impuesto por la cultura de masas a la llamada «música contemporánea»: aún en los años sesenta, las salas de concierto abrían tímidamente sus puertas a las vanguardias, mientras los protagonistas de esos «desatinos» se codeaban incómodos con los tradicionales repertorios de los clásicos. En España, un público renuente a tales aventuras lo aceptaba como el tributo pasajero que había que pagar por una novedad a la que, con gran fingimiento, se imponía una respuesta cortés, a la manera de un peaje a la modernidad.
Aceleró ese proceso a la normalización una película emblemática de la época, basada en la novela de ciencia ficción de Arthur C. Clarke, 2001: Una odisea del espacio (1968), para la que su director, Stanley Kubrick, había elegido inopinadamente fragmentos de obras de Ligeti como banda sonora. La atención de la crítica se centró, sobre todo, en el «Introitos» del Réquiem, para soprano, mezzosoprano, dos coros mixtos y orquesta (1965), que sin el conocimiento del músico ni respeto por sus derechos de autor, acompañaba esa secuencia clave del film en la que los homínidos descubren y deambulan curiosos mientras saltan y brincan en torno al monolito. El debate popular espontáneo despertado por la escena superaba el desconcierto que en la década anterior embargaba algunas de las controversias que suscitaban los temas polémicos tratados en los cineclubs. Probablemente, el mensaje simbólico de la escena jugó en favor de lo sucedido.
En cualquier caso, la utilización inapropiada de la música de Ligeti le reportaría al compositor los 3.000 dólares de indemnización dictada por los tribunales, y aun tras su muerte (ocurrida en Viena el 12 de junio de 2006, a los 83 años de edad) aquella contribución involuntaria a la película siguió siendo su carta de presentación más allá del círculo minoritario de melómanos vanguardistas.
Concert de cambra per a tretze instrumentistes, de György Ligeti