El ministre d'Educació espanyol, José Ignacio Wert, confessà en un lapsus parlamentari que «Nuestro interés es españolizar a los niños catalanes» (10-10-2012), però a diferència d'ell els seus mentors franquistes no amagaren mai el seu programa d'espanyolització a ultrança; avui, per imposició del políticament correcte, els feixistes tracten de disfressar els seus propòsits, sobretot pel que fa a la catalanofòbia i els sentiments antisemites. Imatge del capítol 18 del llibre d'Agustín Serrano de Haro Yo soy español (Escuela Española, Biblioteca del Párvulo, Madrid, 5a edició 1950), que va ser, als cinc anys, el primer llibre de lectura de l'autor d'aquest article.
Lluís Cànovas Martí / 15.7.2014
[ Vegeu també: De judío a nazi: el gran «hallazgo» de la catalanofobia española / Apuntes sobre las balanzas fiscales Catalunya-España / LAPAO: la travestida lengua catalana de Aragón / El PP valenciano contra la unidad de la lengua / L'estat de les autonomies (1978-2012) ]
El problema de financiación que deriva del contencioso fiscal Catalunya-España lo había tratado de resolver paliativamente el presidente catalán Jordi Pujol mediante la que, durante sus 23 años de gobierno (1980-2003), fue calificada como política de peix al cove (expresión catalana equivalente a la castellana «pájaro en mano»). Esta política, esencialmente pactista, se desarrolló a través de reiteradas e inacabables negociaciones que buscaban mayores cotas de financiación para la autonomía catalana. En España, esas negociaciones siempre fueron presentadas, como mínimo, como una muestra del victimismo de la «clase política» catalana y, entre los sectores del españolismo ultramontano, como prueba irrefutable de una supuesta insaciabilidad pecuniaria ligada al espíritu industrioso y mercantil que se atribuye tópicamente a los catalanes: un clisé con el que desde el Siglo de Oro se estigmatiza el carácter catalán, tachado ya por una de las glorias de las letras y del antisemitismo español, Francisco de Quevedo, La judeofobia de Quevedo se encuentra difusa en el conjunto de su obra, pero es específicamente explícita en Execración contra los judíos y La isla de los Monopantos. de ser «el catalán [uno de los personajes de su novela picaresca El Buscón] la criatura más triste y miserable que dios crió y que son los catalanes el ladrón de tres manos». Francisco de Quevedo, Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, Pedro Verges, Zaragoza, 1626. Al final de su vida, ya moribundo, tras la revuelta catalana que dio paso a la Guerra dels Segadors (1640-1652), el escritor condenaría la actitud catalana como «aborto monstruoso de la política. Libres con Señor; por esto el conde de Barcelona no es dignidad, sino vocablo y voz desnuda. Tienen príncipe como el cuerpo alma para vivir; y como este alega contra la razón apetitos y vicios, aquellos contra la razón de su señor alegan privilegios y fueros, [razón por la cual] en tanto que en Cataluña quedase algún solo catalán, y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigo y guerra». La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero, 1641, panfleto de Quevedo contra la rebelión catalana de 1640. Una voluntad de «privilegios y fueros» calificada habitualmente de egoísta, mezquina e insolidaria, y, en su traslación al plano político, denostada con los más variados insultos hacia lo catalán: tratado de judío en todas las ocasiones que se tercien y, sin solución de continuidad, ya en el siglo XXI, de antidemocrático, supremacista, xenófobo, nazi... cualquier cosa.
Resultan ilustrativas, al respecto, las invectivas lanzadas desde la España regeneracionista contra el proyecto político de la Solidaritat Catalana de 1906, y la posición de Pío Baroja, que atribuye el separatismo catalán a «la influencia judía» Pío Baroja, «El problema catalán: la influencia judía», El Mundo (15-11-1907). y centra en la figura de Santiago Rusiñol su desprecio cerval hacia la intelectualidad catalana de su generación: «Poned ahora como tipo a un artista que es como la figura representativa de la Cataluña artística actual, a Santiago Rusiñol, y veréis qué aspecto más marcadamente judío tiene; primero su aspecto, que es el de un judío; después su habilidad: pinta y escribe de la misma manera fácil; luego su internacionalismo, su odio a la guerra, ha escrito El héroe, su antipatía por todo lo violento, y no sé si seré el primero que lo diga, su absoluta banalidad. No me choca nada que Rusiñol colabore en Madrid con Martínez Sierra, cuya literatura suave y de merengue me parece completamente judaizante». Ibidem. La misma catalanofobia militante que una década más tarde destila otro texto antisemita dirigido contra Cambó y su Lliga Regionalista: «hebreos que conducen la Lliga, que con sus perfiles y sus actos de judíos llevan la sangre de Judas en sus venas. No hay que olvidar que, a raíz del aborrecible decreto de expulsión, miles de israelitas se establecieron en Barcelona, y renegando de su religión y de su raza por no perder sus riquezas, se convirtieron. De ellos desciende directamente la Lliga. Acercaos, españoles, a esas gentes. Llamad, iberos, a las puertas de esa casa. Unas manos de uñas largas y afiladas, aguzadas por la usura secular, entreabrirán recelosas un postigo. Luego veréis un rostro escuálido, horrendo, de nariz corva y ojos escrutadores. Con voz gangosa, renegada, de judío, mascullará unas palabras groseras. Un portazo. ¡Ay de vosotros desdichados, si confiando en la hospitalidad de Cataluña apoyasteis vuestra mano en el postigo!» Joan Pérez Ventayol, «Nazis o jueus: les acusacions anticatalanes al llarg de la història», Vilaweb (4-5-2014).
Durante la Segunda República, la tramitación del Estatut d'Autonomia de Catalunya de 1932 provocó un vendaval de protestas e incendiarios discursos, entre los cuales los del periódico de Ramiro Ledesma Ramos (promotor de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, JONS), partidario del envío de los ejércitos del Norte de África a Catalunya para convertirla en «tierra de colonia». La Conquista del Estado (4-7-1931). Una estrategia política que, al poco, el vocero de los liberales, El Imparcial, reconvertiría, en un paso más, con el titular a toda plana «Antes que el Estatuto la guerra civil», Citado por Fèlix Cucurull en su «Prólogo» a La defensa de l'Estatut d'Autonomia de Catalunya, Undarius, Barcelona, 1976. y que el monárquico ABC, mediante las armas de la ironía y la contención de uno de sus periodistas, Álvaro Alcalá Galiano, recuperaría como tema judío: «dentro de muy poco el turista extranjero que llegue a nuestras fronteras ya no oirá esa palabra lacónica de “España”. Se le advertirá con orgullo; “Señor, aquí empiezan los Pueblos Ibéricos” [...] Pero sobre todo, cuando vea por todas partes sinagogas, venerables rabinos, hombres con perfil de loro y fisonomía hebrea en puestos preeminentes comprenderá entonces el magno fracaso de los Reyes Católicos. Porque estos cometieron la insensata audacia de echar a los judíos. Y hoy los judíos, al cabo de los siglos, han vuelto triunfantes al viejo solar hispánico, a vengarse del agravio; regresaron, igual que en otros países, precedidos por la revolución, con sus poderosos aliados el “laicismo” masónico, el socialismo y el marxismo, que los ha hecho los amos del mundo. Y ahora le toca el turno a España en este vasto plan de descristianizar a los pueblos de la antigua civilización, para ponerlos al servicio de la Internacional financiero-israelita». Álvaro Alcalá Galiano, «La unidad de España», ABC (24-5-1932).
Idéntico fue el papel que la catalanofobia jugó en el bando de Francisco Franco durante la guerra civil y en la posguerra, en cuyo transcurso el dictador mantuvo el mito de un separatismo catalán vinculado, junto a los consabidos demonios que citaba Alcalá, a los planes de ese sionismo internacional que la propaganda fascista denunciaba como «ávido de revancha contra los paladines de la cristiandad» y que en el tedio de las trincheras de la batalla del Ebro (1938) inspiró nuevas rimas del Cara al sol: «Catalán judío y renegado / pagarás los daños que has causado. / Arriba escuadras a vencer. / Que en España empieza a amanecer». Se acercaban los días en que la imposición del yugo de la victoria habría de eximir de mayores cumplidos y los insultos rebajarían a la condición animal: el «¡Perros catalanes!, no sois dignos del sol que os alumbra» del gobernador civil de Barcelona, Wenceslao González Oliveros, en 1940. O a la condición de simple residuo orgánico, como escupió en 1959 el director de La Vanguardia Española Luis de Galinsoga: «Todos los catalanes son una mierda».
Desde luego que la llamada transición democrática sentaría otros códigos más civilizados en el trato dispensado a lo catalán. No en vano Catalunya había sido reconocida como el puente español a la Europa de la modernidad y el presunto bastión de la tenue resistencia democrática desplegada. Sin embargo, la llama del anticatalanismo se mantuvo macilenta y oscilante entre las acometidas militares golpistas y las soflamas de los herederos del régimen.
Con el cambio de siglo, de la mano de la mayoría absoluta del PP de José María Aznar, el anticatalanismo reverdecería como factor de cohesión ideológica en aras de un proyecto centralista español que el líder neodemócrata de la derecha y de la ultraderecha estimaba se le había ido de las manos en los trasiegos de la transición. Anticatalanismo, sin embargo, pocas veces relacionado con la cita explícita del tema judío, que, aunque agazapado, seguía y sigue ahí, como demuestran en nuestros días las periódicas referencias al espíritu judío de los catalanes, localizables en los blocs y en el trasteo de tuits y mensajes que con Facebook transitan por la red, siempre excepcionales en el salto a los titulares de la prensa digital e impresa de mayor difusión. Acaso el más reciente de estos casos, el del grupo de Facebook «No queremos un alcalde catalanista en nuestro pueblo», opuesto en la valenciana Burjassot al equipo de gobierno del alcalde Jordi Sebastià, miembro de Bloc-Compromís: ese grupo de Facebook, con el apoyo del PP local y los grupos fascistas GAV y España 2000, convocó a través de la red social a manifestarse, contra las «orgías catalanistas» [sic], el 28 de mayo de 2013 ante el ayuntamiento; la víspera, uno de sus miembros cuya imagen del perfil era el logotipo del GAV, publicó la convocatoria junto a la caricatura de un judío que llevaba la barretina catalana y se frotaba las manos mirando ávido la bandera valenciana. (Imagen reproducida en la pantalla «Últims afegitons [5]» de esta web.) Tras ser acusado de antisemitismo, y ante la escasa asistencia, el PP negó haber apoyado el acto, a pesar de suscribir la convocatoria y demostrarse que había utilizado su lista de correos para difundirla. Una crónica detallada de lo sucedido se encuentra en Miquel Ramos, «Burjassot gira l'esquena als feixistes: fracàs de la concentració ultra», La Directa (30-5-2013).
Más alambicado y cauteloso en sus fobias fue el escritor Juancho Armas Marcelo, que, tal vez sin ser consciente del hallazgo, ha sentado una perspectiva distinta que legitima los nuevos usos: «el catalán, desde los años de [Poncio] Pilatos, sabe que los símbolos son capitales para el triunfo. Cito a Pilatos porque era el gobernador de Tarraco en tiempos de Cristo. El hombre, contra su voluntad, fue destinado por el Imperio a Judea (o Palestina, como ustedes quieran) y se llevó de Cataluña -también por orden del Imperio romano- su guardia pretoriana (de catalanes) y un par de legiones de leva obligatoria. Al recalar en Jerusalén, se encontró con aquel ser superior, Jesús, hijo de José, que decía ser Hijo de Dios y con el Sanedrín judío. Saquen conclusiones de quién o quiénes mató o mataron a Cristo. Y quién dio la lanzada final al costado del Maestro». J. Armas Marcelo, «Un duelo extraterrestre», El Mundo (6-10-2012). La sugerencia del escritor canario, que fueron catalanes los ejecutores de Cristo, cabría entenderla como un simple divertimento de literato si no fuese por el medio en que se publicó, El Mundo, que no suele dar puntada sin hilo y, en lo tocante al tema catalán, ha sido y es uno de los órganos oficiales de la catalanofobia militante. Más bien cabe interpretarla como una «ocurrencia» que, más allá del juego, podría servir de coartada dialéctica para sentar la leyenda justificativa del cambio del sanbenito que en nuestros días carga contra los independentistas catalanes, transmutados progresivamente de judíos a nazis.
Perviven resquicios de ese antisemitismo secular, pero en cualquier caso la presencia del tema judío cede terreno entre los favoritos de la catalanofobia, mientras el estigma maléfico de lo catalán se traslada del judaísmo al nazismo por la exigencia occidental de lo que se considera políticamente correcto. Este paso «en el tiempo» revalida en los comienzos del siglo XXI las peores prácticas de una catalanofobia de raíces históricas que encontró satisfacción en las políticas genocidas del régimen franquista y que en el sistema democrático de sus herederos asegura, junto a la lucha antiterrorista en Euskadi y sus secuelas revanchistas en la paz de las cárceles, las mayorías electorales necesarias a una derecha falta de proyectos coherentes con la diversidad plurinacional del país.
Si la dictadura franquista se cebó sin tapujos en la represión de la cultura y la lengua catalanas, convertidas en las señas de identidad de una resistencia nacional privada de otra expresión política por mor de la derrota militar, los herederos del franquismo asumen con la catalanofobia el relevo generacional de aquel ejercicio totalitario en un crescendo de oleadas sucesivas: a partir del año 2000, tras la mayoría absoluta conseguida en España por el PP de José María Aznar; durante el largo y encendido debate en torno al proyecto de Estatuto de Autonomía de Catalunya de 2005 (con Mariano Rajoy en persona tratando de cosechar firmas en las calles de Barcelona contra el texto legislativo), desarbolado definitivamente a instancias del PP por el Tribunal Constitucional en 2010; frente al proceso soberanista abierto en 2012 por el objetivo de una Catalunya independiente, que el gobierno del presidente Artur Mas asumió vagamente ese año como propio tras la multitudinaria manifestación que el 11 de septiembre reclamaba una «Catalunya, nou estat d'Europa».
Una encuesta del diario El Mundo planteaba a sus lectores la siguiente cuestión: «El gobierno ha criticado la catalanofobia después de beneficiar a Cataluña en la financiación autonómica: ¿Se siente usted catalanófobo?» Respondieron a la pregunta un total de 26.648 lectores: el 56% de los cuales (14.981) optaron por el sí; solo el 44% restante (11.667) se inclinó por el no. El Mundo (16-7-2009). El planteamiento de la pregunta y la contundencia del resultado distan de ser anecdóticos: al día siguiente, el diario daba por bueno el resultado como representativo del sentir general de los españoles, y aseguraba: «No hay duda de que la comunidad más favorecida en el nuevo sistema de financiación es Cataluña. Pero ello no es fruto de un sistema justo y coherente, pactado entre el PSOE y el PP, sino de una negociación bilateral entre el gobierno y la Generalitat, a la que no le ha faltado el chantaje político de ERC. Esta actitud irrita profundamente al conjunto de los españoles». El comentario se acompañaba con el dibujo de un cabeza rapada trajeado haciendo «la peineta» a una senyera catalana.
Las contradicciones en la multiplicación de estigmas son solo aparentes: judío, antidemocrático, supremacista, xenófobo, nazi... sinónimos, al cabo, de un atraso político secular, el de una España anclada en el pasado.
[ Vegeu també: De judío a nazi: el gran «hallazgo» de la catalanofobia española / Apuntes sobre las balanzas fiscales Catalunya-España / LAPAO: la travestida lengua catalana de Aragón / El PP valenciano contra la unidad de la lengua / L'estat de les autonomies (1978-2012) ]
Lluís Cànovas Martí, «El peix al cove y la catalanofobia antisemita»Del Quadern d'encenalls i esborranys de l'autor