La «cultura del pelotazo» en 1988
(Un Spanish trending topic)

Lluís Cànovas Martí  /  7.5.2013

[ Vegeu també: Transición económica neoliberal (1982-2012) / El neoliberalismo de los vencedores ]

En el período 1982-1996, que abarca las cuatro legislaturas del presidente Felipe González, la obra esencial del gobierno fue el impulso dado a una serie de iniciativas liberalizadoras que dieron paso al modelo económico neoliberal español y que, junto al paralelo empeño en la reconversión industrial, removieron las intocadas estructuras del poder económico franquista y desplazaron a segundo plano a los miembros de la vieja oligarquía. En su lugar, nuevos protagonistas aprovecharon las palancas del poder para beneficiarse de lo que pasó a denominarse popularmente «cultura del pelotazo». La expresión —falso amigo de un calco derivado del término inglés culture— sirvió para descalificar una intervención del ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, quien durante un acto de la Asociación para el Progreso de la Dirección celebrado en el hotel Eurobuilding de Madrid el 4 de febrero de 1988, dijo: «España es el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de toda Europa y quizás uno de los países donde se puede ganar más dinero de todo el mundo». La Vanguardia (5-2-1988). Inevitablemente equívocas fuera de su contexto, esas palabras fueron de inmediato tergiversadas en la literalidad de sus términos, tal como puede comprobarse en las versiones apócrifas de la cita que, como auténtico trending topic de la economía especulativa, siguen reproduciéndose año tras año en la red sin mayores precisiones de fecha y de lugar. Encerronado por el linchamiento mediático que padeció en aquel momento, El conjunto de la polémica suscitada se recoge en el libro de Carmen Tomás e Ignacio Alonso El provocador. Carlos Solchaga: de la reconversión industrial a la crisis económica y social, Temas de Hoy, Madrid, 1993, pp. 203-205. Solchaga se limitó a puntualizar días más tarde en su descargo: «Desgraciadamente, añadí esta frase, que dio a entender que se trata de invertir muy rápido y ganar, cuando lo que quería explicar es que [...] en el corto plazo este país es hoy un centro de atracción de las inversiones extranjeras». El Nuevo Lunes (29-2-1988). Pero no volvió a referirse públicamente al caso hasta ocho meses más tarde, en octubre, durante el debate sobre los Presupuestos del Estado de 1989, cuando aprovechó una interpelación parlamentaria para reivindicarse, aunque tardíamente, frente a lo que consideró una calumnia: «yo tampoco dije en una ocasión que aquí se podía hacer dinero muy rápido. Comenté que eso es lo que dicen los inversores internacionales, pero siempre han dicho que lo dije yo». Congreso de los Diputados, Diario de Sesiones (26-10-1988).

La declaración que había desatado la polémica se produjo poco después de que se conocieran los datos de la inversión extranjera directa (IED) de 1987, y tenía el ministro motivos para la euforia: ese año la economía española cosechaba un aumento significativo de los flujos del capital internacional como consecuencia de los cambios legislativos introducidos meses antes por la adaptación española a la normativa comunitaria de inversiones.

En contraste con el crecimiento moderadamente alcista que la IED había registrado en los años de la transición política (28,9 miles de millones de pesetas en 1977; 53,4 en 1978; 73,8 en 1979; 88,8 en 1980; 100,2 en 1981; 126,5 en 1982) y que se prolongaba de modo sostenido en el comienzo de la transición económica pilotada por el nuevo gobierno socialista (131,6 en 1983; 165,9 en 1984; 184 en 1985; 231,3 en 1986), la curva de la IED marcaba en la nueva coyuntura de 1987 el arranque de un alza exponencial que en solo cuatro años (1987-1991) iba a multiplicar por nueve su volumen. La escalada alcista del período sobrepasó, en pesetas constantes de 1986, los 600.000 millones en 1987, los 800.000 millones en 1988, el billón en 1989, 1,4 billones en 1990 y alcanzó 1,8 billones en 1991. Julio Pallas, Fernando Miranda y José Carlos de MIguel, Evolución de la inversión extranjera directa en España en el cambio de siglo, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 2004. El éxito capitalizador que reflejaban esas estadísticas no libró a Solchaga del estigma que en su reputación dejó el eco distorsionado de sus palabras. Y puede que en ese momento la opinión pública hubiera sido injusta a la hora de interpretarlas, pero sin duda estaba asistida por la responsabilidad que Solchaga, como ministro de Industria y Energía (1982-1985), había tenido en la ejecución de los planes de reconversión industrial del anterior gobierno, primer gobierno del presidente Felipe González. Esos planes habían hecho de los astilleros, las cuencas mineras y los altos hornos un campo de batalla entre las fuerzas del orden y los sindicatos, y como resultado los 2.150.947 parados de 1982 (16,5% de la población activa) pasaron a ser 2.731.505 (20,58% de la población activa) en 1985: 580.588 parados más durante esos sus tres escasos años de mandato. Fue el mismo período de medidas liberalizadoras en el que su correligionario Miguel Boyer, desde el Ministerio de Economía, Hacienda y Comercio, expropiaba el holding Rumasa para revenderlo acto seguido a precio de saldo al capital extranjero; aprobaba la ley de Arrendamientos Urbanos con la que los contratos de alquiler indefinidos pasaron a ser temporales (una de las medidas más incentivadoras de la futura burbuja inmobiliaria) y, convertido en pareja de Isabel Preysler, aparecía como el engarce más representativo del socialismo con la entonces publicitada beautiful people, una exclusiva minoría cuya preeminencia social se exhibía impúdica y frivolamente en la prensa del corazón. En 1985, tras el paso de Boyer a la empresa privada (Banesto, FCC...), ocuparía Solchaga la cartera vacante de Economía. Los devaneos amorosos de aquel, y el mismo Solchaga por su reciente gestión en Indústria, proyectaban en ese momento una imagen en todo alejada de aquella que, en el imaginario popular, se pensaba que debía regir la conducta socialista: una cuestión respecto a la cual sus palabras, manipuladas hasta la saciedad, acabaron extendiendo un certificado de signo radicalmente contrario.

La inmersión del gobierno en lo que se conocía ya como «cultura del pelotazo» prosiguió imparable en los años siguientes. Algo que, de no ser por el secreto bancario y el anonimato de las operaciones bursátiles, sin duda hubiera pasado a los titulares de prensa, pero que se diluyó en las cábalas en torno a las grandes operaciones privatizadoras y fusiones bancarias, en donde se perdían los detalles de las cuentas personales, salvo para ahondar en los dimes y diretes de las cuestiones de alcoba y las rupturas matrimoniales protagonizadas por la nueva élite del poder. En 1986, Solchaga había declarado en el parlamento un patrimonio de 14 millones de pesetas en acciones bursátiles y activos bancarios varios, Según José Díaz Herrera y Ramón Tijeras (El dinero del poder. La trama económica en la España socialista, Ed. Cambio 16, Madrid, 1991, p. 217), la cartera de Solchaga estaba integrada por 396 acciones del Banco de Bilbao; 41 del Comercial Español; 40 del Crédito Comercial; 1.199 del Santander; 475 del Vizcaya; 133 del Central; 242 del Hispano..., amén de bonos de Induban, Vizcaya, Hidroeléctricas de Cataluña, Urquijo Unión... por lo que en el ejercicio de ese año los gestores del Banco de Vizcaya a cargo de su cartera accionarial lograron aumentar el patrimonio del ministro a 24 millones: una plusvalía del 71%. Una cantidad nada desdeñable, sobre todo si se tiene en cuenta que el boom bursátil mundial aún no había comenzado, ya que el proceso de internacionalización de los mercados financieros se abriría unos meses más tarde, el 27 de agosto de 1987, con la liberalización de las operaciones en la Bolsa de Londres: hito de obligada referencia en la marcha de las operaciones especulativas que acompañaron los primeros pasos del nuevo orden mundial y que, tras la implosión de la Unión Soviética, arrancarían bajo el marchamo de la «globalización».

Solchaga, por su parte, seguiría los pasos de su compañero Miguel Boyer y, tras dejar en 1993 la cartera ministerial en manos de Pedro Solbes y ejercer un año más. el siguiente, de portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados, abandonó la política activa para dedicarse a sus negocios en Solchaga, Recio & Asociados, dedicado a la asesoría estratégica de operaciones de las grandes corporaciones internacionales (Citygroup, agencia de calificación Fitch...).

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