Lluís Cànovas Martí / septiembre 2002
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En los años noventa, la pintura italiana proseguía la andadura neoexpresionista abierta en la década precedente por la transvanguardia, y acaso su más notable logro fue la recuperación de aspectos de la tradición pictórica que, como el dibujo, habían sido olvidados (cuando no despreciados) por las anteriores vanguardias del siglo. Pero más allá de unos cuantos epígonos, las propuestas de aquellos maestros (Sandro Chia, Francesco Clemente, Enzo Cucchi, Mimmo Paladino…, quienes mediada la década manifestaban ya una ecléctica desafección respecto a sus anteriores convicciones) no obtuvieron un eco significativo entre las siguientes hornadas de artistas plásticos. Todo parece indicar que aquel movimiento, que atrajo la atención de la crítica especializada y dio lugar a las teorizaciones de los estudiosos de la historia del arte (que lo definieron como un fenómeno inequívoco de la posmodernidad), tuvo más de paréntesis generacional que de auténtica salida creativa: en el mejor de los casos, final de una etapa de búsqueda interrumpida por la emergencia de la globalización económica y la dictadura del mercado. Al comenzar el siglo XXI, las nuevas generaciones italianas (como las de buena parte del mundo) se manifestaban más atentas a los ejes de los verdaderos centros del poder artístico: Nueva York, sus sucursales europeas (París y Londres) y la relativamente autónoma Berlín como alternativa. En el cruce de esas coordenadas, Milán y Florencia destacaban en cuanto principales focos de ese arte vicario que, en ausencia de un proyecto propio, aparece más o menos como el arte occidental de todas partes y enuncian las principales revistas especializadas: en Italia, Flash Art y Serch. Escaparate de las corrientes conceptuales y neoconceptuales al uso (en especial las que proponen la apropiación y la simulación como nuevos paradigmas, y que tienen un referente en la propia literatura italiana: la experiencia de autores colectivos que, como Luther Bisset y Wu Ming, con sus acciones ponen en entredicho la naturaleza de la propiedad intelectual), entregadas a la producción o reproducción de todo tipo de objetos, fotografías, documentos, mensajes e imágenes en instalaciones que conectan acaso con algunos conceptos del arte povera de los años sesenta y destilan las inquietudes y la versatilidad creativa de sus autores: Fabrizio Plessi, el arquitecto Vito Acconci, Daniela de Lorenzo, Liliana Moro, Vittorio Corsini... eran algunos de los más o menos reconocidos en su medio.
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Lluís Cànovas Martí, «Italia. Transvanguardia extraviada (1990-2002)»Escrit per a l'enciclopèdia Larousse 2000 (Actualización 2003), Barcelona, 2004