[ Vegeu també: Proceso a la dictadura surcoreana / Irán nuclear ]
En 1993, con el ascenso de Kim Jong-il a la jefatura suprema de Corea del Norte, el régimen estalinista de este país optó por la militarización a ultranza y la puesta en marcha de un programa de rearme nuclear dirigido a sobrevivir a la caída del bloque comunista y a enfrentarse a los consecuentes avances de la globalización. Decidido a fabricar armas atómicas, retiró su adhesión al Tratado de no Proliferación Nuclear (TPN) de 1970, con el que las grandes potencias pretendían asegurar su monopolio sobre la fabricación y el despliegue de armas atómicas, y que, con la ratificación de 187 países, representaba la máxima garantía internacional frente a eventuales aventuras atómicas de los países del tercer mundo.
La revisión del TPN prorrogó en 1995 su vigencia por otros 25 años, y el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT) estableció, en 1996, el abandono de las pruebas atómicas reales, que pasarían al terreno de la simulación virtual.
La resistencia numantina adoptada por el régimen norcoreano en materia nuclear se basó, como en
el caso de Irán, en una estrategia de ambigüedades diplomáticas orientada a obstaculizar las inspecciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y a ganar tiempo ante la amenaza de sanciones económicas de la comunidad internacional. Mientras, el ritmo de sus pruebas balísticas sobre el mar de Japón la adentraba en una escalada de tensiones con sus amenazados vecinos (en especial Corea del Sur y Japón), que en 2003 llevó al presidente estadounidense George W. Bush a incluir al país en su particular «eje del mal».
En 2006 la proliferación nuclear alcanzaba ya a nueve países de Asia, pero al parecer la «función defensiva» de esas armas de destrucción masiva ofrecía a sus propietarios una garantía de inmunidad que los hacía inobjetables. Y si en 2003 Irak pudo ser invadido fue, precisamente, porque se sabía que no las poseía. Eso explica que el desafío norcoreano de 2006, cuando llevó a cabo su primera prueba nuclear subterránea (9 de octubre), suscitara reacciones tan dispares: la adopción inmediata de sanciones unilaterales por parte de Japón; la condena solemne de China, su tradicional valedora en el mundo, que sumaría su voto a las sanciones adoptadas días después por Naciones Unidas (14 de octubre), mientras en los días siguientes comenzaba la construcción de un muro fronterizo con Corea del Norte para tratar de impedir la previsible avalancha de refugiados a que daría lugar la medida. Aunque no menos significativos resultaron la negativa a la propuesta de condena planteada por Estados Unidos y Japón a los 21 países participantes en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) celebrado en la capital vietnamita, Ho Chi Min (19 de noviembre),
y sobre todo, en los mismos días, el anuncio de la vuelta al proceso de negociaciones multilaterales (con participación de Estados Unidos, Japón, China, Rusia y Corea del Sur) interrumpido una y otra vez en el transcurso de esos años. |