Protestas en Hong Kong 2019

La rebel·lió dels mil·lènials hongkonesos s'adaptà als nivells de violència de la repressió. Els últims dies de l'any, els ocupants de la Universitat Politècnica utilitzaren fletxes contra el setge policial i els causaren tres ferits.

Millennials en el Hong Kong de Bruce Lee (Entre el globalismo chino y la resistencia líquida)

Lluís Cànovas Martí  /  28.12.2019

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Contexto global

Donald Trump, aferrado a su «American First», trataba de reafirmar la que durante un siglo fue indiscutida primacía de Estados Unidos como potencia mundial. Era cuestionada ahora, entre otros frentes, en el de la guerra comercial con China, en la que el mismo Trump, incendiario, se sentía vencedor y aventaba las hogueras. Y es que, vistos desde la cota de los dos metros del tupé de Trump, los mercaderes chinos le parecían en todas las plazas diminutos. Puede que mera carbonilla.

Tras la caída de la URSS y los últimos escarceos del siglo XX, el neoliberalismo triunfante no había tenido empacho en proclamar la globalización económica como un fenómeno asimilable al orden de la naturaleza expresado en la liberalización del comercio. Ese había sido el dictamen cientifista de sus ideólogos: «la globalización es irreversible». Y devino así talismán en las cuentas de resultados de todas las multinacionales. Tal fue el éxito de sus publicistas que incluso la mayoría de sus damnificados, pillados en el trance de una eventual confrontación, se resignaron sumisos a la idea. China, envalentonada por sus PIBs crecientes, simulaba creérselo a pie juntillas. Trump no había entrado aún en política, pero tres décadas después su presidencia no reparaba en tamañas sutilezas y rompía el consenso respecto a la doctrina que habían asumido con entusiasmo y sin chistar sus predecesores.

La globalización económica se proclamó primero como una promesa victoriosa salida de la guerra fría, fue entronizada en 1995 con la fundación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y se ratificó finalmente en 2002 cuando aceptó a China como nuevo estado miembro. En 2017, Trump trataba de cambiar las reglas de ese juego con una vuelta al proteccionismo que no tenía nada de elegíaca.

El meollo local

En el ínterin de ese proceso, el 1 de julio de 1997 Gran Bretaña revertía a soberanía china su dominio sobre Hong Kong, la última plaza de su antiguo imperio colonial. Consecutivamente, 70 kilómetros al sudoeste, la colonia portuguesa de Macao le seguía los pasos en 1999. Fiel a las resonancias milenaristas de tales fechas, el acuerdo entre las partes concedía a ambos territorios el estatuto de «región administrativa especial», que les dotaba de un cierto grado de autonomía. Bajo el eslogan «Un país, dos sistemas», China se abría a la ambigüedad de un régimen comunista que aceptaba transigir cincuenta años con instituciones representativas del sistema democrático que le eran ajenas; atentos mientras tanto unos y otros a la llegada de 2047, la fecha en que Hong Kong iba a integrarse plenamente en la República Popular.

El proyecto nacionalista de la China continental se había formalizado en 1949 con la proclamación de la República Popular y el aplazamiento sine die de una solución definitiva para la China insular, a la que el régimen de Pekín no había renunciado. Institucionalizada en Taiwán como República de China, esa insularidad favorece aún hoy el correlato capitalista chino salido de la derrota del Kuomintang en la guerra civil.

Ahora, el nacionalismo chino que impulsa el presidente Xi Jinping se retroalimenta y fortalece a través de la referida guerra comercial norteamericana; también se aprovecha, desde el comienzo de la China moderna, de sus contenciosos fronterizos sobre Arunachal Pradesh, con India, y sobre la cachemir Aksai Chin, reivindicada a su vez por India y Pakistán. Los Han, etnia mayoritaria del país, fueron siempre la piedra angular del proyecto estatal desplegado para unir, y someter en caso necesario, a sus otras 55 etnias: la pacificación por las armas del independentismo tibetano encontró su remanso en 1965 bajo la fórmula regional de un Tibet budista supuestamente autónomo. Un millón de musulmanes uigures, suspectos de influencia yihadista y mayoritarios en Xinjiang, eran sometidos en 2019 a desprogramación en campos clandestinos de rehabilitación ad hoc. En cambio, la adhesión de las poblaciones de Macao y Hong Kong, joyas del modelo capitalista de crecimiento especulativo, se confió al albur supuestamente integrador de sus fuentes de riqueza: el juego de azar y las finanzas, respectivamente, que respondían a la lógica del sistema globalizador surgido en la nueva coyuntura. A raíz de la «Revolución de los paraguas» hongkonesa de 2014, que fue una lucha por unas elecciones libres y contra el filtrado de la representación popular, Pekín apretó las tuercas sobre la disidencia y se aseguró el control institucional con políticos afines, como Carrie Lam, elegida jefe del poder ejecutivo de Hong Kong en julio de 2017, el mismo año en que Trump asumía su mandato.

Los éxitos económicos que en la transición finisecular fortalecieron el capitalismo transnacional en todo el mundo y auparon a una nueva clase capitalista entre las élites chinas, determinarían, en plena efervescencia de las bolsas mundiales, el futuro inmediato de Hong Kong, cuya bolsa destacaba ya como la más dinámica entre las asiáticas. La poscolonia, comprometida por sus instituciones en las multimillonarias inversiones chinas y en las amortizaciones derivadas de las suyas propias, se atenazó con nuevos vínculos al continente. Por ejemplo, se cumplían las previsiones respecto a la construcción del puente Hong Kong Zhuhai-Macau (HKZM), que con 55km, siete de ellos subterráneos, será el más largo del mundo entre los desplegados a través del mar (Rusia inauguró en diciembre de 2019 el suyo, de 19km, sobre el estrecho de Kerch, para rubricar la soberanía rusa de Crimea frente a Ucrania): como en todo proceso anexionista, las infraestructuras de comunicación aparecían también aquí prioritarias. Comenzado a construir en 2009, el puente HKZM se incorporó al plan Belt and Road de desarrollo del Área de la Bahía, diseñado en 2011 para unir Macao y Hong Kong a nueve ciudades del delta del río de la Perla, en la provincia de Guangdong. El proyecto trata de construir una megaciudad de ochenta millones de habitantes en el triángulo Hong Kong-Macau-Canton, donde Hong Kong sería solo un barrio cuando en 2047 desaparezca la frontera con China: es el dibujo de la geoestrategia globalizadora adoptada por China para acelerar la apertura de una nueva «ruta de la seda» que acorte el plazo fijado en el pacto sino-británico de Hong Kong.

Seis meses

En febrero de 2019, el gobierno de Carrie Lam anunciaba la tramitación de un proyecto de ley de extradición de delincuentes que solo cabía interpretar como un ardid para someter la disidencia hongkonesa a la justicia china. Allanándole el camino a la economía, la política interfería así en el cumplimiento de los pactos de la transición. Fue la chispa que suscitó de inmediato la protesta y que, a partir del 9 de junio, saltó a la calle en manifestaciones diarias que en lo que restaba de año asombraron al mundo por su masividad y persistencia: hasta un tercio de la población hongkonesa, 2,5 de sus 7,4 millones de habitantes, según algunas estimaciones, tomó parte en las protestas de esos seis meses. Coordinaron sus acciones a través de Telegram, Facebook, las redes sociales en general... Usaron la táctica del flash mob: concentraciones puntuales, bloqueo de carreteras, levantamiento y quema de barricadas, desplazamientos por la red de metro, ocupaciones aeroportuarias... Una táctica que en 2019 los millennials de otros puntos del planeta emplearon también en sus enfrentamientos con el poder. Los medios de comunicación facilitaron su difusión y crearon complicidades insólitas entre movimientos políticos de objetivos dispares, e incluso contrapuestos, que solo se mostraban afines en las formas de lucha que facilitaban las nuevas tecnologías. Los millennials de Hong Kong trataron de aplicar y hacer efectiva una táctica de la filosofía taoísta, la del be water («ser agua»), que popularizó uno de los personajes hongkoneses más emblemáticos, el mítico actor Bruce Lee. En su última película, Operación Dragón (1973, estrenada siete días después de que el actor muriera con 32 años), la frase «be water, my friend» fue su legado a la posteridad, rememorada por los manifestantes en un gesto de respeto hacia la cultura de sus ancestros. Lee había explicado el significado de esa frase en una entrevista a la prensa norteamericana: «No tienes que usar la fuerza para luchar contra la fuerza, es mejor ser como agua y dejar que el golpe fluya sobre tu oponente».

Momentos destacados de la cronología de esos seis meses: Carrie Lam suspende la tramitación de la ley (15 junio), pero mantuvo el proyecto; manifestaciones masivas ocupan el centro de la ciudad 17-30 junio); asalto y saqueo del parlamento (1 julio); las tríadas locales prochinas atacan duramente a los manifestantes (21 julio); extensión del movimiento a todos los barrios (agosto); Lam anuncia la cancelación del conflictivo proyecto de ley de extradición (4 sept.); se recupera el símbolo del paraguas en las manifestaciones, con la presencia del excarcelado líder de 2014, Joshua Wong (28 sept.); se aprueba una ley que prohíbe desfilar enmascarado, medida que expone a las avanzadas técnicas chinas de identificación facial (3 oct.); muere un manifestante (1 nov.); amplio seguimiento de huelga general por los sindicatos hongkoneses (5 agosto); cierre parcial del aeropuerto (12-13 agosto); desalojo de los estudiantes atrincherados en la Universidad Politécnica durante dos semanas (22 nov.)...

Esta última fecha parecía señalar el final de la revuelta. Sin embargo, prosiguió con cientos de miles de personas en la calle y una cadena humana que remontó la moral opositora (23 nov.); al día siguiente el resultado de las elecciones municipales (24 nov.) mostraba el apoyo ciudadano al movimiento con una participación récord que subió 24 puntos, hasta el 70%: las fuerzas demócratas aumentaron su representación, de 124 a 388 consejeros de distrito; las fuerzas prochinas, reducidas, de los 331 a solo 89. El principal partido prochino, la Alianza Democrática, obtuvo 21 consejeros; el Partido Democrático, mayoritario de la oposición, 91.

Las manifestaciones se mantenían aún al finalizar 2019, y en los programas de los consejos municipales destacaba la reivindicación de una amnistía para los más de seis mil activistas detenidos a lo largo del año.

[ Vegeu també: La revuelta tibetana ]

Lluís Cànovas Martí, «Millennials en el Hong Kong de Bruce Lee»Escrit per al web Océano Saber, Barcelona, 2020