Edifici de Telefônica de la Vila Olímpica de Barcelona (1989-1992), obra dels arquitectes catalans Jaume Bach i Gabriel Mora. Al fons, la Torre Mapfre (1991-1992), de l'estudi madrileny d'Iñigo Ortiz i Enrique de León [Foto, Lluís Casals]
Lluís Cànovas Martí / octubre 2002
[ Vegeu també: Miquel Barceló / Enric Miralles / Pere Portabella ]
La crisis que padeció el mercado del arte en la década de 1990 puso a prueba la capacidad de adaptación del sector. El arte conceptual pasó a ocupar muchos de los espacios expositivos durante años reservados a las figuras de las anteriores vanguardias, que se proyectaron por canales de comercialización más sofisticados. Algunas de aquellas figuras fueron acaparadas por los nuevos museos (Macba de Barcelona, Guggenheim de Bilbao, Reina Sofía de Madrid...) y por corporaciones que (como la Caixa, BBVA o Bancaixa) sacaron provecho de la coyuntura para completar a precio de saldo los fondos de sus colecciones. Otros artistas replegaron sus esfuerzos sobre sus propias fundaciones (Tàpies, Chillida…), encargadas a menudo de dar salida a una obra clónica amenazada por la caída de los precios. Aquellos que mantenían la vitalidad creativa y podían permitírselo (como era el caso del emblemático Miquel Barceló) se concentraban en unas contadas antológicas que adecuaban su oferta a la falta de elasticidad de la demanda suntuaria, mientras rubricaban con su impronta edificios singulares (la catedral de Palma de Mallorca, objeto en 2002 del proyecto del artista mallorquín para la capilla de Sant Pere). Eran algunos de los aspectos más visibles de una reestructuración que se acompañó del cierre de galerías de larga trayectoria y, en plena zozobra, brindó la oportunidad a otras que optaron por artistas adocenados capaces de asumir sin complejos la causa de lo decorativo. Pero en conjunto el proceso propició nuevos espacios que también se abrieron a lo que aparecía como un profundo relevo generacional. La divisoria de lo nuevo la marcó la corriente neoabstracta o neoobjetual (Txomin Badiola, Eugenio Cano, Jordi Colomer, Pep Durán, Pello Irazu…), que retomando las estrategias de las primeras vanguardias suprematistas, crearon una realidad subjetiva basada en la ironía y la deconstrucción. En el mismo sentido cabe considerar la obra de Perejaume (popularizado por los plafones fotográficos de los óculos del reconstruido Teatro del Liceo de Barcelona), que subraya la servidumbre convencional de la memoria y la imposibilidad de la mirada sobre el mundo exterior a la cultura del arte en la era del museo. Es también el momento de Susana Solano, quien con Jaume Plensa y Manuel Saiz emerge como parte de la nueva élite internacional de escultores. Como en el resto del mundo occidental, la vídeo-instalación (Eulàlia Valldosera, Badiola…) y las tecnologías informáticas (Marcel·lí Antúnez) pugnaron por ocupar el espacio expositivo que en la década anterior se concedió a la fotografía. Una tendencia que en algunos casos alcanzó a la cinematografía y dio una segunda oportunidad a experimentos olvidados, recuperados en las nuevas circunstancias por la museografía y reconocidos por el mercado internacional (como sucedió con la obra de Pere Portabella expuesta en el Museo d'Art Contemporani de Barcelona, que fue seleccionada para la Documenta de Kassel). La arquitectura, aupada en plena especulación inmobiliaria del sector privado, vivió su momento de gloria respecto a la obra pública en 1992, con motivo de la Exposición Internacional de Sevilla y la Olimpíada de Barcelona: al margen de la élite internacional (Isozaki, Ghery,…), destacan arquitectos de la generación intermedia: entre los de la Expo, Julio Cano, Pedro Llimona, José Antonio Franco, Rafael de la Hoz, Miguel de Oriol…; en el grupo de la nueva Barcelona, Jaume Bach y Gabriel Mora (Central de Telefónica en la Villa Olímpica), Santiago Calatrava (Torre de Comunicaciones de Montjuïc), Esteve Bonell (Velódromo de Horta), Elies Torres (bloque de la villa), Iñigo Ortiz y Enrique de León (Torre Mapfre)... Entre las obras más recientes: Óscar Tusquets (Auditorio Alfredo Kraus y Palacio de Congresos de Las Palmas) y Eduardo Moneo (Auditorio de Barcelona). En 2002 representaron a España en la Bienal de Venecia: Alberto Campo Baeza (sede de S.M. en Madrid), estudio A.M.P. —Artengo Menis y Pastrana— (Palacio de Congresos de Tenerife Sur), Enric Miralles —fallecido en 2000— y Benedetta Tagliabue (Parlamento de Edimburgo) y Carme Pinós (proyecto urbano).
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Lluís Cànovas Martí, «España. Las vanguardias ante la crisis del mercado del arte (1990-2002)»Escrit per a l'enciclopèdia Larousse 2000 (Actualización 2003), Barcelona, 2003