Els conceptes elementals del materialisme històric, de Martha Harnecker, exemple del manual tardo-marxista dogmàtic que, als anys seixanta, insistia en la idea del comunisme com a estadi irreversible del progrés de la humanitat. Imatge de l'autora xilena a la IV Trobada Internacional del Pensament Crític, “Tornar a Marx”, celebrada a la Universitat Nacional Autònoma de Mèxic el maig de 2013.
Lluís Cànovas Martí / abril 2013
[...] Entre otros resultados, el final de la guerra fría comportó la impugnación práctica del principio de intangibilidad de fronteras que se había consagrado tras completarse el proceso de descolonización. Esta quiebra tuvo como primer damnificado a la Unión Soviética. Si la burocracia soviética se desangraba en la incapacidad de reconducir su propia crisis, la desafección de los estados que completaban en la periferia su sistema imperial no hizo sino agravarla. [Véase el capítulo 16, «Rusia: la restauración imperial»] Las primeras manifestaciones del gran cambio histórico que se avecinaba habían tenido lugar precisamente en esa periferia, pero pasaron prácticamente inadvertidas en su dimensión y, en cualquier caso, no fueron correctamente interpretadas hasta bien avanzada la década de los años ochenta. Pese a su trascendencia, todo sucedió sin apenas ser advertido hasta que, ya en su fase final, se precipitaron los acontecimientos. Esta ausencia de visibilidad del fenómeno resulta tanto más chocante si se consideran los enormes presupuestos que Occidente dedicaba a mantener departamentos gubernamentales especializados en el estudio de los vaivenes de la realidad soviética, aspecto clave en la conducción occidental de la guerra fría. [...]
[...] Tampoco los medios académicos —a menudo con muchos pluriempleados en las tareas de aquellos departamentos— se distinguieron precisamente por una visión preclara: en parte, porque a partir de los años setenta, una vez completado el proceso de descolonización, los estudiosos occidentales centraron su interés prioritario en el conflicto Norte-Sur en detrimento del enfrentamiento Este-Oeste; y en parte, también, por la asimilación acrítica y más o menos inconsciente hecha por la intelectualidad occidental —sobre todo la europea— de una determinada vulgarización del materialismo histórico que, durante el siglo XX, había consagrado la idea canónica del comunismo como la etapa suprema e irreversible del progreso social: un punto de vista finalista extendido desde los tiempos heroicos de la revolución por los manuales de marxismo al uso y consagrado, tras la institucionalización soviética, por la Academia de Ciencias de Moscú, el Instituto de Marxismo-Leninismo del Partido Comunista de la Unión Soviética y todos los textos emanados de esas instituciones a través de sus numerosas ediciones en lenguas extranjeras, que a partir de 1931 se canalizaron a través de la Editorial Progreso de Moscú. A ese corpus doctrinal, constituido por cientos de títulos «mayores» (entre los que se cuentan la mayor parte de los clásicos del marxismo), habría que sumar miles de títulos «menores» surgidos en el proceso de asimilación militante de aquellos contenidos.
De ese conjunto cabe citar, a modo de ejemplo, dos obras especialmente representativas: Curso popular de economía política, de Alexander Bogdanov, y Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Martha Harnecker, que, separadas por más de setenta años en el tiempo, ilustran a grandes rasgos el exiguo recorrido evolutivo experimentado por el pensamiento marxista en el transcurso de casi toda una centuria.
Bogdanov había escrito su manual en 1897, en plena «recuperación» del debate abierto cuatro décadas antes por las teorías evolucionistas de Darwin. La traslación de dichas teorías al análisis de la sociedad que se trataba de perfilar desde las filas marxistas concluiría con la definición de las sucesivas etapas del progreso de la humanidad a través de los modos de producción de las sociedades primitiva, esclavista, feudalista, capitalista, socialista... las cuales, según la escolástica historicista al uso en los medios revolucionarios, iban a alcanzar y culminar inexorablemente su pleno desarrollo en el modo de producción comunista. El manual de Bogdanov, publicado originalmente en la Unión Soviética de los años veinte, se difundió en España a través de varias traducciones: Prensa Moderna, Madrid, 1931, tras proclamarse la república; Ed. Marxista, Barcelona, 1937, en plena guerra civil; y Edició de Materials, Barcelona, publicado en 1968, el año emblemático del movimiento contestatario. En Barcelona, por ejemplo, se usaba ya desde el año anterior, 1967, en los seminarios de marxismo impartidos por Universitat Popular (la sección universitaria de Força Socialista Federal) en base a un ejemplar fotocopiado de la edición de 1937. Esa práctica fue seguida en los años inmediatos por una de las derivas de esa organización, el Partido Comunista Revolucionario, hasta su autodisolución en 1971.
No menos dogmático en sus líneas generales es el manual de Harnecker, que publicó en español la Editorial Siglo XXI en 1969 y que, por mor de la militancia comunista, se iba a convertir en un auténtico bestseller que acumuló seis ediciones en sus tres primeros años, alcanzó la edición quincuagésima tercera en 1985 y, con 61 ediciones al doblar el siglo, sobrepasaba el millón de ejemplares vendidos solo en el ámbito hispano. Su autora, catedrática en la Universidad de Santiago de Chile, había sido alumna de Louis Althusser en París y, mediante el análisis marxista-estructuralista introducido por este filósofo francés en los años precedentes, proporcionaba el toque cientifista imprescindible para la «puesta al día» de una ideología que, tras la resaca de 1968, en Europa sufría los procesos escisionistas de las organizaciones comunistas tradicionalmente fieles a Moscú. Harnecker mantenía en su manual las señaladas etapas del progreso de la humanidad, aunque establecía un alambicado matiz analítico al distinguir entre la «teoría general o cuerpo de conceptos empleados en el estudio diferencial de cada modo de producción» y las «teorías regionales de los diferentes modos de producción (esclavista, “feudal”, capitalista, socialista, etc.) y de la transición de un modo de producción a otro». Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, Siglo XXI, México DF-Madrid-Buenos Aires, 6ª ed. ampliada, 1971, p. 229. El manual de Harnecker fue adoptado como libro de cabecera por las corrientes escindidas del momento, necesitadas de un distanciamiento ideológico respecto a sus orígenes que les ayudara a justificar su decisión de constituirse como organizaciones aparte y la adopción de nuevas estrategias de intervención política. Tamaña visión historicista de la realidad era desde luego incompatible con cualquier hipótesis que considerara la posibilidad real de que se produjera una restauración del capitalismo en la Unión Soviética. [...]
[...] Alguna excepción a esa regla general que descartaba por imposible considerar la restauración del capitalismo fue ignorada. Por ejemplo, un estudio del demógrafo y politólogo francés Emmanuel Todd sobre la Unión Soviética, Emmanuel Todd, La chute finale: Essai sur la décomposition de la sphère soviétique, Robert Lafont, París, 1976. que en la temprana fecha de 1976 analizó algunos síntomas de regresión social (por ejemplo, el aumento de las tasas de mortalidad infantil) en los que veía un indicio anticipatorio de la caída del imperio soviético. Cuando quince años más tarde los hechos le dieron la razón, la obra de Todd no fue ni siquiera referenciada por los historiadores, empecinados en subrayar que el hundimiento del bloque socialista había cogido por sorpresa a los «sovietólogos» y puesto en evidencia todos los estudios de prospectiva. [...]
Lluís Cànovas Martí, «Una nueva tangibilidad de fronteras: camino de la implosión soviética (1)»Tres fragments del capítol 5 de Tránsito de siglo (La globalización neoliberal), treball en curs