Lluís Cànovas Martí / 3.6.2002
La Historia Universal Larousse plantea una historia de las civilizaciones alejada del etnocentrismo al uso en la historiografía tradicional y de su consiguiente empeño por reducir todos los acontecimientos del universo a meros epifenómenos de la historia del mundo occidental.
Aquella visión sesgada, heredera directa de los planteamientos románticos del siglo XIX, se enquistó como lugar común de la literatura histórica cuando, paradójicamente, se había completado ya el ciclo de los grandes descubrimientos territoriales del planeta (Australia y regiones enteras de Oceanía en el siglo XVIII, y el África ignota y los Polos en el siglo XIX). En esa coyuntura, las posibilidades de una perspectiva más amplia fueron arrumbadas por esa otra visión etnocentrista que, en pleno apogeo nacionalista de las potencias coloniales, negaba carta de soberanía a la diversidad cultural y arrojaba fuera de la humanidad a quienes recibían la consideración de «salvajes». Tal era el planteamiento que, a propósito de la «unidad» planetaria conseguida, imperaba entre las élites coloniales. Y tal es la altura intelectual de su correspondiente correlato historiográfico, cuyos precedentes se remontan en la noche de los tiempos hasta los mismos griegos y romanos (quienes llamaban «bárbara» a toda cultura distinta a la suya), para hallar acomodo dos milenios más tarde en las crónicas de la conquista española de América, o lastrar, en nuestros días, algunos desarrollos sombríos respecto al llamado «choque de civilizaciones» entre Oriente y Occidente (como el planteado por el historiador norteamericano Samuel Huntington), que a modo de metáfora había formulado en 1990 el orientalista Bernard Lewis.
Por el contrario, el compromiso colectivo de hacer una historia total, que, lejos de distribuir justicia y condenar a blancos o negros, abarcara el pasado en todas sus dimensiones, arranca del IX Congreso Internacional de Ciencias Históricas, celebrado en el París de 1950. La reunión marcaría un antes y un después en la disciplina histórica al primar una voluntad científica que prioriza el debate en torno a cuestiones de método, técnicas de datación, estadísticas, periodización... Y al mismo tiempo reconocer con modestia la dificultad de cualquier estudio para escapar a un sentido «finalista» conforme al cual la civilización se definiría en exclusiva con relación a nosotros mismos.
Respecto a ese sentido «finalista», el que fue maestro de historiadores Jaume Vicens Vives señalaba que el siglo XVII halló una «fórmula absolutoria para los errores de los príncipes hablando del sentido providencialista de la historia», que el XVIII, bajo la influencia del volterianismo, «concibió la historia en función del progreso de la luz contra las tinieblas» y que el XIX, «centuria naturalista por excelencia, creyó que la historia debía entenderse como evolución». Sin duda, habrá que reconocer que en alguna medida las tres tesis sobrevivieron, a través del siglo XX, hasta nuestros días. Tanto como que en los albores del siglo XXI, bajo la presión demográfica del Sur, se perfila una nueva tendencia que sitúa el mestizaje y la multiculturalidad en el espacio central de las proyecciones de futuro, y consiguientemente recupera entre sus prioridades el estudio de las civilizaciones. Puede que se trate sólo de una nueva expresión de la mala conciencia que en la segunda mitad del siglo pasado enzarzó a una parte de la intelectualidad de Occidente en el debate sobre la llamada «crisis de la civilización». Y no debe de ser mera casualidad que esto suceda cuando todo parece indicar que la homogeneización de los modelos culturales, operada en todo el mundo bajo el impulso de la «globalización» y por la difusión del modo de vida norteamericano, lleva camino de ser imparable.
Por paradójico que pueda resultar, y una vez consumado en los últimos siglos un acelerado proceso de desaparición de civilizaciones, lo cierto es que la historiografía se vuelca en recuperarlas para la memoria: ideas e instituciones políticas, condiciones de vida material y técnicas de que se sirvieron, manifestaciones religiosas, intelectuales, artísticas..., son algunos de sus aspectos parciales, que la Historia Universal Larousse se aplica a describir para reconstituir esa unidad interna que en su momento les proporcionó el carácter específico de civilización y que condujo, allí donde las coordenadas espacio-temporales lo hicieron posible, a que unas y otras civilizaciones se relacionaran entre sí.
Lluís Cànovas Martí, «Civilización, historia y etnocentrismo en el siglo XXI»A tall de pròleg general per a la Historia Universal Larousse, 35 volums, RBA Editores/Spes Editorial, Barcelona, 2002-2003