Un nuevo enemigo internacional [Tres fragmentos del Cap. 11]

Lluís Cànovas Martí  /  2015

[ Vegeu també: Cambio de siglo, cambio de sentido / Irak en el ojo del huracán neoliberal / Irak: las guerras del Golfo y la globalización / La guerra en Irak (2002-2004) / Georgia, rescoldo frío / Rusia: la restauración imperial / La caída del bloque soviético y la postguerra fría / Coordenadas de la globalización en 1999 ]

[...] En los primeros años noventa, tras el hundimiento del comunismo, los estrategas del Pentágono prescribían ya la conveniencia de un nuevo enemigo cuya mera existencia incentivara los elementos de cohesión políticos del sistema nacional y aquilatara la capacidad de respuesta de su aparato militar. Pronto perfilarían al islam como el principal candidato. Ya en 1992 el politólogo Samuel P. Huntington respondía a las complacientes tesis de Fukuyama [Véase el capítulo 4, «La construcción del relato globalizador»] durante una conferencia impartida en el American Enterprise Institute, que al año siguiente publicó en forma de artículo, «¿Choque de civilizaciones?», y que en 1996 desarrollaría como libro, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Samuel P. Huntington, «The Clash of Civilizations?», Foreign Affairs, 1993; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Simon & Schuster, Nueva York, 1996. para advertir sobre la existencia de líneas de fractura de la política global determinadas en última instancia por la religión. Al respecto, Huntington señalaba la amenaza de una eventual alianza de las civilizaciones islámica y sínica contra Occidente.

Más o menos en torno a esas mismas fechas, muhaidines forjados en la resistencia islamista afgana constituían Al Qaeda, cuyo máximo dirigente, Osama Bin Laden, lanzaría en 1996 una primera fatwa en la que declaraba la guerra santa a Estados Unidos: un hecho inadvertido por la opinión pública norteamericana, como mínimo hasta los atentados contra sus embajadas en Kenia y Tanzania (1998), que la administración demócrata del presidente Bill Clinton resolvió con el expediente de simples represalias contra las retaguardias del grupo en Afganistán y Sudán. El año anterior (1997), veinticinco significados miembros de la derecha republicana habían suscrito la «Declaración de principios» del naciente think tank Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, «Estatement of Principles», Project for the New American Century, 3 de junio de 1997. en el que se declaraba que «la política exterior y de defensa norteamericana va a la deriva [por] la incoherencia de la administración Clinton… y [los conservadores] no han luchado por un presupuesto de defensa que podría… promover los intereses estadounidenses en el nuevo siglo… Nosotros queremos… un liderazgo global norteamericano… la promesa de beneficios comerciales a corto plazo amenaza con dejar de lado consideraciones estratégicas». George Soros, «The Bubble of American Supremacy. Correcting the Misuse of American-Power, Public Affairs, diciembre 2003. [Trad. catalana: La bombolla de la supremacia americana. Com corregir el mal ús del poder nord-americà, La Magrana, Barcelona, 2004.] Al año siguiente, la mayoría de sus firmantes, entre los cuales se contaban Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz, vinculados al lobby petrolero, dirigieron una carta a Clinton pidiendo que se invadiera Irak. Su sucesor, el republicano George W. Bush, se propuso hacer de Estados Unidos el amo de la unipolaridad y los incorporó a todos a su administración. Al efecto, trataron de resucitar el proyecto de la multibillonaria Defensa Nacional contra Misiles (NMD de 1986, la llamada «guerra de las galaxias») que habían arrumbado las anteriores administraciones por su elevado coste. Sin embargo, los desvaríos de la NMD se desvanecieron antes de que se perfilara el proyecto con vistas a su aprobación presupuestaria por causa de los atentados del 11 de septiembre de 2001 (11-S): los atentados del 11-S invalidaban de modo contundente el proyecto de la NMD porque fueron llevados a cabo con aviones comerciales en vuelos interiores contra los que el escudo antimisiles, de haber existido, hubiera resultado inútil. Sin embargo, la fe islámica de sus autores sirvió para que la Casa Blanca se ratificara en los peores pronósticos del choque de civilizaciones y lo utilizara como pretexto para una guerra antiterrorista de gran escala que iba a convertirse en la heredera bastarda de la guerra fría y en el eje básico de la política internacional estadounidense, marcadamente unilateral. Las guerras de Afganistán e Irak, y el empantanamiento de los acuerdos de paz en Oriente Próximo, dieron a Bush el respaldo del poderoso lobby israelí en Washington —que no cejó de señalar la prioridad de la amenaza árabe— y se convertirían en palancas de la unipolaridad buscada.

Entre resistencias y hechos consumados, Estados Unidos logró la tibia participación de sus aliados en la guerra antiterrorista. En sus primeros cinco años, la de Irak costó tres billones de dólares que, según Joseph E. Stiglitz, se hubieran podido destinar a otros costes de oportunidad: rebajas de impuestos, servicios sanitarios, el prometido 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo, un plan Marshall para Oriente Próximo… O a combatir algunos de los más acuciantes problemas de la humanidad: la crisis alimentaria, el calentamiento global, la pandemia del sida… Véase Joseph E. Stiglitz y Linda J. Bilmes, La guerra de los tres billones de dólares. El coste real del conflicto de Irak, Santillana/Taurus, Madrid, 2008. Algunos analistas coincidían en que el desgaste de Estados Unidos en Irak privaba de capacidad de respuesta en otros frentes: por ejemplo, en 2008, al desafío ruso frente a los avances atlantistas sobre sus fronteras en Centroeuropa y el Cáucaso, que presagiaban una vuelta a la carrera armamentista. El círculo globalizador iniciado en 1989 parecía cerrarse en su vigésimo aniversario con una promisoria vuelta a la guerra fría.

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Los atentados del 11-S dieron lugar, incluso antes de que fueran reivindicados, a una teoría de la conspiración en la que el gobierno estadounidense aparecía como el principal sospechoso.

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Transcurridos cinco años, en 2006, algunos publicistas de la teoría de la conspiración del 11-S, seguían hilvanando hipótesis. Por ejemplo, uno de ellos, el ex agente del MI5 británico David Shayler aventuraba al periodista Brendan O'Neill una nueva conjetura: «Sí, creo que los aviones no tuvieron nada que ver con el 11-S... La única explicación es que eran misiles rodeados por hologramas para que parecieran aviones... Si observa las imágenes fotograma a fotograma, verá un misil en forma de puro que impacta contra el World Trade Center. Sé que suena extraño, pero es lo que creo». Brendan O'Neill,«Meet the No Planers», New Statesman (11.9.2006). Respecto a la hipótesis de los hologramas, el periodista Jon Ronson recordaba años después haber examinado un informe de la Academia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, «Nonlethal Weapons: Terms and References» [«Armas no letales: conceptos y fuentes»] en el que se enumeraban las «armas exóticas que estaban en fase de estudio o de desarrollo en el Departamento de Defensa», entre las cuales la utilización de imágenes holográficas de tropas y armas para amedrentar al enemigo haciéndole creer que se está enfrentando a fuerzas más numerosas. Jon Ronson, The Psychopath Test, Riverhead Books, Nueva York, 2011, p. 198. [Trad. esp.: Es usted un psicópata?, Ed. B, Barcelona, 2012, p. 208.]

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[ Vegeu també: Cambio de siglo, cambio de sentido / Irak en el ojo del huracán neoliberal / Irak: las guerras del Golfo y la globalización / La guerra en Irak (2002-2004) / Georgia, rescoldo frío / Rusia: la restauración imperial / La caída del bloque soviético y la postguerra fría / Coordenadas de la globalización en 1999 ]

Lluís Cànovas Martí, «Un nuevo enemigo internacional»Tres fragments del capítol 11 de Tránsito de siglo (La globalización neoliberal 1990-2011), treball en curs