guerrilla maoista

Al Nepal, l'habilitat negociadora del Partit Comunista del Nepal-Maoista fou una peça clau en la substitució de la monarquia per una república federal recolzada per la burgesia. Tanmateix, el canvi no haguera estat possible sense el cop de gràcia del seu braç armat, l'Exèrcit d'Alliberament Popular, que posà en crisi el sistema feudal en què es fonamentava el règim. Exhibició de força de la guerrilla nepalesa a Dolkha, a l'oest de Katmandú (2002)

Revolución campesina y república burguesa en la caída de la monarquía nepalí

Lluís Cànovas Martí / 25.6.2008 (Amp. 27.8.2014)

El 28 de mayo de 2008 una Asamblea Constituyente nepalí proclamaba la República Federal Democrática de Nepal y ponía fin a 240 años de régimen monárquico. El proceso constituyente nepalí resolvía así en favor de la débil burguesía del país la crisis institucional que el 13 de febrero de 1996 había abierto en todos los niveles de la sociedad la «guerra popular» desencadenada por la guerrilla maoísta. Coadyuvantes decisivos en el desarrollo de esa crisis serían, el 1 de junio de 2001, el asesinato colectivo de la familia real a manos del príncipe heredero, Dipendra (quien quedó en estado de coma al tratar de suicidarse y, durante una agonía de dos días, fue coronado nuevo monarca), y el autogolpe de estado que en un cálculo erróneo de sus posibilidades efectuó su sucesor, su tío el rey Gyanendra, el 1 de febrero de 2005. En sus dos primeros años de reinado, Gyanendra ya había llevado a cabo sendos amagos totalitarios (estado de excepción, en noviembre de 2001, y destitución del primer ministro Sher Bahadur Deuba, en octubre de 2002), pero en 2005 pasó a restaurar abiertamente las prácticas absolutistas de sus antepasados al suspender las garantías constitucionales, disolver el parlamento e imponer el estado de excepción con el pretexto de combatir la insurgencia. Dos años de gobierno dictatorial y autocrático de Gyanendra, durante los cuales el Ejército Real reprimió a sangre y fuego las protestas por la restauración democrática, serían suficientes para hundir de modo irreparable el prestigio de la institución monárquica, muy desgastada ya por la deriva extemporánea de sus últimos representantes y finalmente abandonada por las fuerzas políticas de la oligarquía, que pasaron a considerarla un instrumento de poder contrario a sus intereses: se cerraba de este modo el último capítulo de una guerra civil de doce años resuelta, en su fase final, mediante la negociación directa de los rebeldes con la oposición democrática. António Louçã, «Nepal: da guerra civil a coalição», Combate, núm. 287, Lisboa, 2006.

La historia del reino de Nepal había comenzado en 1768 con la unificación del país por Prithvi Narayan Shah, gobernador del principado de Gorka y fundador de un régimen de monarquía absoluta y teocrática que, a través de sus sucesores dinásticos (los Shah, sometidos entre 1846 y 1950 al control autocrático de la dinastía de primeros ministros de la familia Rana), se prolongaría hasta 1990, año en que la monarquía adoptó una constitución democrática que tomaba como referencia el modelo británico.

La sociedad nepalí, esencialmente agraria, se fundamentaba en unas relaciones de explotación medievales (en donde la servidumbre no fue abolida hasta julio de 2000, cuando fueron liberados 226.000 kamalyas, trabajadores agrícolas semiesclavos, y sus familias) que, aún en 2007, con una renta per cápita anual inferior a 200 dólares, situaban al país entre los más pobres del mundo. Tras años de un cierre absoluto de fronteras, los únicos contactos de Nepal con el exterior seguían circunscritos a las hazañas bélicas de la Brigada Gurka (encuadrada desde la segunda guerra mundial en las misiones internacionales del neocolonialismo británico) y al turismo que, atraído por el eslogan de país «cumbre del mundo», le proporcionaba el Himalaya, su principal fuente de divisas.

El estallido de esa situación, provocado en 1996 por la citada declaración de guerra maoísta, dio lugar a un proceso revolucionario en cuyo transcurso los campesinos, futuros guerrilleros del Ejército de Liberación Popular (ELP), pasaron de los ataques a la policía con aperos de labranza (acciones que les proporcionaron sus primeras armas de fuego), a la ocupación temporal de pueblos en los que las autoridades y los caciques locales eran pasados por las armas tras ser sometidos a juicio popular. Esta estrategia les permitió, en una fase más avanzada de la lucha, tomar el control militar de más del 60% del territorio, mientras el brazo político de la organización, con el apoyo de los comités locales creados (samiti), se hacía cargo de la administración de diez de los 25 millones de personas que constituyen la población del país. Un enfoque más antropológico de la revolución maoísta nepalí puede verse en Philippe Ramirez, «La guerre populaire au Nepal: d'où viennent les maoïstes?», Hérodote, 2002/4, París. Sobre estas bases territoriales y humanas, el Partido Comunista de Nepal-Maoísta, dirigido por Pushpa Kamal Dahal, Prachanda («El terrible»), aplicó un programa de colectivización de tierras y de medidas dirigidas a mejorar la situación de los sectores sociales más desfavorecidos: mujeres (Nepal es el único país del mundo donde su esperanza de vida es inferior a la de los hombres), minorías étnicas (el 35 % de la población, a la que se prometió estatutos autonómicos) y castas inferiores (intocables o dalits, que constituyen el 21 % de la población). Véase Cédric Gouverner, «La guerrilla del poble, els nous maoïstes, al Nepal», Le Monde Diplomatique, edición catalana, Girona, 2003. Además, la guerrilla hizo de los turistas un arma de su propaganda internacional al proporcionarles, por una módica tasa, salvoconductos que garantizaban su seguridad y la libre circulación por el territorio «liberado». Véase Rafael Poch, «Maoísmo entre las cumbres», La Vanguardia, Barcelona, noviembre 2005. El control del Ejército Real Nepalí siguió un proceso inverso y acabó reducido a unas pocas bases fortificadas y al valle central de la capital, Katmandú, que a partir de la importante ofensiva de 2005 sufriría un largo asedio y la interrupción de sus comunicaciones aéreas y terrestres.

Una revolución a trasmano de los tiempos

El fenómeno tardío e insólito de esa revolución surgía del desfase entre el inmovilismo del régimen nepalí y la evolución de un mundo que, según se decía desde finales del siglo XX, caminaba imparable hacia la globalización. Precisamente por la convergencia de sistemas resultante desde la caída de la Unión Soviética, ni siquiera obtuvieron los revolucionarios nepalíes el reconocimiento del país en el que teóricamente se inspiraban: la vecina China. Centrada ésta en su propia transición al capitalismo, se dio la paradoja de que los comunistas chinos abandonaban los contenidos doctrinarios del maoísmo en el mismo momento en que una de las fracciones comunistas nepalíes, el Partido Comunista Nepalí-Central de Unidad, pasaba a reivindicarlos para convertirse en Partido Comunista de Nepal-Maoísta. Sobre la evolución del comunismo nepalí, algunos de sus debates internos y el laberinto de siglas a que dio lugar, véase Serge-André Lemaire, «La guerre populaire au Nepal», Les Communistes, julio 2003, París: donde se aborda la fundación del PCN, de 1949; su asunción del marxismo-leninismo pensamiento Mao Zedong, de 1974; las tesis de la guerra popular, de 1985, y la escisión de 1994 en la que su fracción PCN-CU daría nacimiento al PCN-M. Lejos de lo que cabría suponer, los maoístas nepalíes se vieron obligados a una travesía del desierto ajena a China y limitada a los apoyos del secretariado londinense de un oscuro y semiclandestino Movimiento Revolucionario Internacionalista que tenía en el peruano Sendero Luminoso su grupo de mayor enjundia.

China no apoyó siquiera ocasionalmente ni al PCN-M, ni a su brazo armado, el ELP. Por el contrario, sí que suministró material bélico al Ejército Real cuando, tras el autogolpe de 2005, Gyanendra fue abandonado por Estados Unidos y sus aliados occidentales decretaron el embargo de armas a Nepal ante las denuncias de violaciones de los derechos humanos cursadas por la perseguida oposición democrática. China estaba interesada, sobre todo, en mantener el statu quo regional. Pero la complejidad del juego de equilibrios en esa triple frontera nepalí se disputaba a varias bandas. En una de ellas estaba el PCN-M: pasó a defender éste el Tratado de Aguas del río Mahakali de 1996, considerado por los nepalíes una afrenta nacional que sólo beneficiaba a India; pero en contrapartida el PCN-M constituyó en 2001 un Comité de coordinación con sus organizaciones afines en los estados indios de Andhra Pradesh, Madhya Pradesh, Orissa, Maharashtra y Biha, que actuaría a modo de arma disuasoria.

India se atuvo, como ya había hecho anteriormente en Bangladesh y Sri Lanka, a su tradicional doble juego político: en este caso, reprimir en los feudos maoístas propios Desde los años sesenta, el maoísmo indio tenía sus focos endémicos en los estados de Andhra Pradesh, Bihar y Bengala Occidental. En 1965, tras el aplastamiento de una insurrección popular registrada en la aldea bengalí de Naxalbari, hizo fortuna el uso del término periodístico «naxalita» para referirse a la insurgencia maoísta, vinculada desde 1969 a una escisión del PCI-M constituida ese año como Partido Comunista de India M-L. Este partido tuvo a Kanu Sanyal como principal ideólogo de la creación de «zonas liberadas», una estrategia insurreccional que en la década de los años ochenta se prolongó a través del PCI M-L Guerra Popular, y aún en el otoño de 2010 causó la muerte de 75 miembros de las fuerzas policiales en el curso de sendas emboscadas «naxalitas». y negociar la paz con el PCN-M para abrir un cortafuegos susceptible de apagar el avance de la llama insurreccional. Al respecto, en septiembre de 2006, el PCN-M y su homólogo indio, PCI-M, denunciaban la «represión brutal» india en Andhra Pradesh. El doble juego indio trataba asimismo de evitar una intervención en Nepal que, como sucedió en 1971 con la independencia de Bhután, podría haberla forzado a asumir las relaciones exteriores del estado resultante, cualquiera que éste fuese. La posición diplomática india en el contencioso nepalí iba a ser determinante de la actitud de espera mantenida por sus principales aliados occidentales, Estados Unidos y Gran Bretaña: para los maoístas nepalíes, una baza decisiva en la marcha favorable de los acontecimientos.

La irrelevancia geoestratégica de Nepal

Al margen de su demostrada habilidad negociadora, el horizonte revolucionario del PCN-M se vio favorecido por la irrelevancia geoestratégica de Nepal. Para los centros neurálgicos del poder mundial, la marginalidad del país se acentuaba por la superación de la guerra fría y por el desplazamiento de la atención de los grandes imperios del siglo XXI hacia amenazas más perentorias: en especial, el llamado «terrorismo global», de matriz islamista, y la escasez creciente de los combustibles fósiles requeridos para el desarrollo económico. La religión hinduista de los nepalíes y la ausencia de reservas naturales de dichos combustibles en su territorio hacían de Nepal un país de perfil aparentemente inofensivo en relación con dichos parámetros de peligrosidad.

El esoterismo de la monarquía

No menos decisivas en la evolución de la crisis nepalí y en el triunfo de un comunismo a trasmano de los tiempos fueron los métodos astrológicos seguidos por la dinastía Shah en la toma de sus grandes decisiones. Así habría sucedido, por ejemplo, en el rechazo de la familia real al casamiento del príncipe heredero con una plebeya, que habría motivado el asesinato de nueve de ellos por el contrariado príncipe: los astrólogos de la corte habían advertido de los malos augurios de semejante enlace matrimonial, que según sus previsiones podía causar la muerte del rey y el derrocamiento de la monarquía, aunque en ningún caso advirtieron de que sería justamente la negativa a que el matrimonio se celebrara el desencadenante de la crisis regicida. Véase «Réquiem por la monarquía nepalí» en el blog de la Asociación Monárquica Europea. Tal fue la versión oficial de lo sucedido. Aunque, desde luego, no fue ésa la interpretación de los enemigos del trono, que vieron en los acontecimientos de palacio la sombra conspiradora de Gyanendra, y en aquella versión oficial, el retrato mundano de unos déspotas considerados dioses. En efecto, los reyes nepalíes seguían la observancia de esa tradición adivinatoria milenaria al igual que creían a pies juntillas en su propia divinidad, asociada a la reencarnación del dios Vishnu. En la santísima trinidad hinduista (trimurti) este dios encarna una función protectora que, en su aplicación política a los súbditos, es supuestamente correspondida con la veneración religiosa hacia el monarca. Desde luego, una reciprocidad de afectos que, conforme a su credo, se habría visto diabólicamente interrumpida con la proclamación de la república.

La alternativa republicana

En último término, la república fue posible por la capacidad negociadora de los marginados del poder, que se aliaron contra Gyanendra y resistieron las presiones que la diplomacia estadounidense realizó a última hora, ya a destiempo, para apartar a los maoístas del gobierno. La base del pacto opositor fue el Acuerdo de Doce Puntos suscrito el 22 de noviembre de 2005 entre la Alianza de los Siete Partidos (SPA) del arco parlamentario y el PCN-M. Pese a su breve experiencia democrática, Nepal había desarrollado una intensa cultura pactista: las primeras elecciones multipartidistas, el 12 de mayo de 1991, habían proporcionado una victoria holgada al Congreso Nacional, pero las siguientes, el 15 de noviembre de 1994, las ganó el Partido Comunista de Nepal-Unificación Marxista-Leninista (UML) y, sin la mayoría suficiente, dieron lugar a una sucesión de gobiernos de coalición.

El alto el fuego maoísta del 29 de enero de 2003 fue la primera ocasión de un proceso negociador discontinuo que permitió acercar posiciones y, aunque roto en agosto, se reanudaría de modo decisivo en septiembre de 2005, tras una nueva tregua que condujo a la firma del citado acuerdo.

Su consecuencia más efectiva, la huelga general del 6 de abril de 2006, convocada por todos los firmantes, prolongó tres semanas la revuelta popular en Katmandú y obligó al rey a aceptar la restauración del parlamento. Con el conservador Girija Prasad Koirala como primer ministro, las negociaciones con la guerrilla llevaron al acuerdo de paz, el 21 de noviembre de 2006. Koirala tuvo que enfrentarse en ese momento a las citadas presiones estadounidenses y a la amenaza maoísta de reanudación de la guerra. La suspensión de las negociaciones provocó una nueva demora de tres meses en la formación del gobierno provisional. Rechazada la imposición estadounidense, los guerrilleros se acantonaron en los campos habilitados por la ONU al efecto y, bajo supervisión del máximo organismo internacional, el 20 de febrero de 2007 hicieron entrega de las armas. El 1 de abril se formaba el gobierno provisional con la participación de seis ministros maoístas. Estados Unidos impuso su criterio de no mantener relación alguna con los ministerios bajo control comunista, mantuvo en su lista de organizaciones terroristas al PCN-M y redujo su ayuda a Nepal, que pasó de los 50 millones de dólares de 2006, a los 37 millones de 2007. Sobre las dificultades de esta última fase negociadora y el papel obstructor de Estados Unidos y la monarquía, véase Alberto Cruz, «La nueva etapa de Nepal: ¿Reforma o revolución?», en Pueblos, mayo 2007, Madrid.

Gyanendra perdió su última oportunidad de salvar la monarquía al rechazar la oferta de abdicar en favor de su hijo Hridayendra, de siete años de edad. Se lo planteó en septiembre de 2007 Koirala

El partido del primer ministro, Congreso Nepalí (CN), distinguido siempre por la defensa del orden constitucional, era partidario de mantener las funciones simbólicas de la monarquía, pero tras aquella negativa apostó, con el apoyo abrumador de la mayoría de su militancia, por la constitución de un sistema federal republicano.

El 10 de abril de 2008 los 17,6 millones de electores nepalíes participaron en la elección de una Asamblea Constituyente de 601 escaños en la que el PCN-M obtuvo 220; el CN, 103; el UML, 103, y cifras menores el resto de fuerzas. El Partido Nacional Democrático (RPP), que proponía un referéndum sobre la continuidad de la monarquía, sólo cuatro. La proclamación republicana del mes siguiente estaba cantada.

Lluís Cànovas Martí, «Revolución campesina y república burguesa en la caída de la monarquía nepalí» Versió ampliada d'un article escrit per al web Ocenet del Grupo Editorial Océano