Greta Thunberg catamaran

Greta Thunberg i els seus acompanyants a La Vagabonde, el catamarà que els dugué a Lisboa: la parella de youtubers australians propietaris del vaixell, Riley Whitelum i Elayna Carausu, amb el seu nadó Lenny, d'onze mesos, i la marinera britànica Nikki Henderson.

El cambio climático y la voluntad política necesaria

Lluís Cànovas Martí  /  28.12.2019

Los medios de comunicación del mundo entero se hicieron eco en 2019 de dos grandes reuniones convocadas por la ONU para tratar sobre el cambio climático y sobre el grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos por los países que decían sostener la voluntad de ponerle coto. Esas reuniones fueron la Cumbre sobre Acción Climática (Nueva York, 23-24 de septiembre) y la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP 25, que debía celebrarse en Santiago de Chile los días 2-12 de diciembre, y que se mudó a Madrid en las mismas fechas ante la grave agitación social que vivía Chile). Los agentes clave de la contaminación atmosférica eran a todos los efectos la ausente Estados Unidos y otros dos países que tampoco se sumaron al consenso: China e India. Todos ellos, junto a la UE, suman el 60% de las emisiones contaminantes del planeta. Rusia, quinto emisor mundial, tampoco se sumó al consenso

Trataban ambas reuniones de reforzar el Acuerdo de París de 2015, que en 2020 reemplazará al Protocolo de Kioto, de 1997, nunca ratificado por Estados Unidos y que solo implicaba a 55 países. El Acuerdo de París, establecido por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, trataba de reducir los principales gases de efecto invernadero (GEI: dióxido de carbono, metano y óxido nitroso) para revertir las condiciones del ecosistema terrestre a una situación «climáticamente neutral»: fue negociado en la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) por los países miembros de la ONU (diciembre de 2015); se adoptó de modo oficial el 12 de ese mismo mes y se abrió a la firma en el Día de la Tierra (22 de abril de 2016). Entró en vigor el 4 de noviembre de aquel mismo año, cuando se cumplía el plazo prefijado de treinta días tras la ratificación por 55 países que representaran al menos el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta. A finales de 2016 habían suscrito ya el acuerdo la Unión Europea, en cuanto colectivo supraestatal, y 96 países a título individual.

Pero el año siguiente, 2017, estuvo cargado de malos presagios: el presidente Donald Trump anunció en junio que Estados Unidos se retiraba del acuerdo; los países latinoamericanos más comprometidos en la lucha climática advirtieron de que la retirada estadounidense afectaría a la transferencia de tecnología y financiación internacional necesarias para la transición energética en sus países; los informes de los organismos asesores de la ONU constataban que los países más industrializados no habían puesto en práctica ni las políticas correctoras que habían anunciado, ni cumplido con las reducciones de emisiones acordadas.

La indiferencia relativa suscitada por esos informes tenía precedentes. Tampoco en 1979 tuvo una recepción ejemplar el primer y nada tranquilizador informe global sobre el clima, «Informe Charney» (elaborado por diez eminentes especialistas del clima liderados por Jule Charney, del Instituto de Tecnología de Massachusetts, en la primera sesión del Grupo ad hoc sobre CO2 y Clima, al que se deben las primeras predicciones sobre el calentamiento global). La política medioambiental de aquel momento iba por otros derroteros: Por ejemplo, en 1979 los verdes alemanes se presentaron por primera vez al Bundestag con una lista nacional encabezada por Petra Kelly, y se encontraban sumidos aún en el debate fundacional preparatorio de un partido propio. Die Grünen (Los Verdes) se fundó el 13 de enero de 1980 y sus primeras campañas giraron en torno a la amenaza que para la paz suponía el despliegue de misiles nucleares en Europa; hubo que esperar aún una década, hasta 1990, para que el partido de los verdes alemanes --en la avanzada de la lucha institucional ecologista del mundo-- priorizara la gravedad del cambio climático que había denunciado Charney y se presentara a unas elecciones con un lema consecuente: «Todos hablan de Alemania. Nosotros hablamos del clima».

Fue acaso aquella contradicción entre los buenos propósitos de los países y la ausencia de políticas correctoras de sus gobiernos la que en 2018 indujo al nacimiento de nuevas organizaciones de defensa medioambiental. La organización Fridays for Future (Viernes para el Futuro) utilizó las redes sociales para formar un movimiento ecologista que se propuso no solo sensibilizar a la ciudadanía a propósito de la realidad del cambio climático, sino denunciar también la inconsecuencia y la pasividad de los gobiernos al respecto. El nuevo movimiento se fundamentó en la juventud de sus activistas, que asumieron el papel de víctimas de la inconsecuencia de sus mayores frente a la amenaza del desastre climático en ciernes. En el plano sobre todo simbólico, el liderazgo de la organización quedó en manos de una joven sueca de dieciséis años, Greta Thunberg, que ocupó los primeros titulares de la prensa. Y no siempre para enaltecer su papel: obviamente, fue cuestionada en unas ocasiones por su juventud, y ninguneada en otras por padecer el síndrome de Asperger, un trastorno mental obsesivo-compulsivo que según los detractores de la joven explicaría su relación con la causa climática que defiende y con el fundamentalismo que practica, tildado frecuentemente de fanático. Así su negativa a usar el transporte aéreo, altamente contaminante, para trasladarse de Estados Unidos a Madrid con objeto de asistir a la conferencia de diciembre, cuando, sometida a prueba la coherencia de sus ideas, empleó tres semanas de travesía atlántica en un catamarán hasta Lisboa, y desde luego llegó tarde a la reunión.

En la apertura de la cumbre neoyorquina de 2019, la difusión del informe Unidos en la ciencia, suscrito por más de mil científicos de distintas organizaciones, coordinados por la Organización Meteorológica Mundial, confirmaba los peores augurios: la temperatura promedio mundial 2015-2019 era la más cálida de cualquier período anterior registrado, y se situaba 1,1ºC por encima de la temperatura de la era preindustrial (1850-1900); la disminución continua de la masa de hielo marino fue del 12% por década entre 1979 y 2018; la pérdida de masa de los glaciares fue en 2015-2019 la más alta que en cualquier período de cinco años registrado anteriormente; la acidificación oceánica aumentó el 26% desde comienzos de la era industrial; el aumento del nivel del mar se acelera, pasando de 3,04 milímetros por año en 1997-2006, a 4 milímetros en 2007-2016; los principales gases de efecto invernadero de larga duración (CO2, CH4 y N2O) alcanzan nuevos máximos que indican aumentos respectivos de 146%, 257% y 122%, en comparación con los niveles preindustriales... Las emisiones de dióxido de carbono crecieron el 2% en 2018, marcando un récord de 37.000 millones de toneladas. El informe estimaba que esas cifras seguirían al alza en 2019, pese a estar creciendo más lentamente que la economía mundial, porque el uso de los combustibles fósiles es mayor que la expansión de las energías renovables, y si la economía global se descarboniza al ritmo de la última década, las emisiones globales seguirán al alza.

No todo fue descorazonador en ese panorama: el Parlamento Europeo, por ejemplo, declaró la emergencia climática (28 de noviembre de 2019) pese a la rémora de tres de sus socios, Polonia, Hungría y República Checa, cuyos modelos energéticos basados en el carbón les apartaba de cualquier consenso sobre el tema: en ese momento, la declaración de emergencia climática, congruente con el Pacto Verde Europeo, que se proponía una transición ecológica sostenible capaz de convertir a Europa en el primer continente climáticamente neutral, y desde luego, los gobiernos de esos tres países no estaban dispuestos a cambiar de posición.

En conjunto, se podía concluir que el cambio climático se adelantaba a las previsiones y, sobre todo, que iba a ser causa de un impacto de mucha mayor gravedad que el que habían previsto anteriores informes. Sus consecuencias catastróficas eran visibles ya a través de la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos que en los últimos años azotaban todos los continentes. Respecto al impacto mediático de las reuniones de Naciones Unidas, los medios de comunicación, sin embargo, prefirieron centrarse en aspectos colaterales, fácilmente reconocibles por la ciudadanía, como la imagen de Greta Thunberg, y textos más propios de la prensa rosa a propósito de las relaciones familiares de la joven lideresa, desde luego mucho más tranquilizadores que las desapacibles consecuencias que cabía extraer de los informes científicos publicados sobre el tema del cambio climático.

La falta de acuerdos entre las delegaciones participantes tuvo como exponente la dificultad de hallar un consenso sobre el mercado del carbono, un tema clave para el propósito de la reunión, que obligó a prorrogar las sesiones de la conferencia un día más, al 13 de diciembre. El secretario general de la ONU, António Guterres hizo un llamamiento a los delegados «para que transmitan un mensaje de ambición al mundo». El acuerdo llegaría al cabo de dos días (15 de diciembre) mediante el documento «Chile-Madrid. Tiempo de actuar», que, una vez más, aplazó para la siguiente reunión (COP 26, a celebrar en Glasgow del 9 al 19 de noviembre de 2020) la presentación de «planes más ambiciosos» de reducción de gases de efecto invernadero. Los seguidores de la Conferencia lo estimaron «decepcionante». Pero, de hecho, los especialistas del cambio climático ya estaban sobradamente inmunizados ante las más que habituales posposiciones de objetivos que suelen acontecer en estas clausuras.

Lluís Cànovas Martí, «El cambio climático y la voluntad política necesaria»Escrit per al web Océano Saber, Barcelona, 2019