L'accident patit el 26 d'abril de 1986 per la central nuclear de Txernòbil, a la República Socialista Soviètica d'Ucraïna, va ser el cop de gràcia que enfonsà definitivament la ja molt malmesa economia de la Unió Soviètica, desapareguda tres anys i mig més tard en un fenomen d'implosió estatal. L'any 2011, el cost acumulat de l'accident sumava 300.000 milions d'euros, un cost inassumible pel sistema quan es produí. El mapa del 3 de maig de 1986 mostra que la radiació que s'esten sobre Europa ha arribat amb força a Catalunya.

Una nueva tangibilidad de fronteras:
camino de la implosión soviética (3) [Dos fragmentos del Cap. 5]

Lluís Cànovas Martí  /  maig-juny 2013

[...] En la conciencia que le proporcionaba el conocimiento de ese clima político, cuando en 1985 Mijail Gorbachov llegó a la presidencia de la Unión Soviética optó por introducir un cambio sustancial en las relaciones del Kremlin con los países subordinados de su periferia: en primer lugar el rechazo de la doctrina Bréznev. Una medida de gran trascendencia para el mundo, que al cabo sentenciaría la desintegración imperial soviética. La medida respondía tanto al espíritu desprejuiciadamente liberal de Gorbachov (sobre todo en comparación con los miembros de la nomenklatura comunista que lo habían precedido), como a las razones económicas y geoestratégicas que en aquel momento aconsejaban esa decisión. Antes incluso de tomar posesión de la presidencia, durante los funerales de su predecesor (Konstantin Chernenko), Gorbachov ya había comunicado a los jefes de estado aliados, asistentes en Moscú a la ceremonia fúnebre, su propósito de poner fin a la imposición del principio doctrinal de la soberanía limitada. M. Gorbachov y Z. Mlynar, Reformatory Nebovachí Stastní. Citado por Robert Service en Camaradas. Breve historia del comunismo, Ediciones B, Barcelona, 2009, p. 596, y Archie Brown, Seven Years that Changed the World: Perestroika in Perspective, Oxford, Oxford University Press, 2007, p. 263. Desde luego, su confidencia fue acogida con incredulidad por los huéspedes del Kremlin, que pudieron verificarla, sin embargo, tres años y medio más tarde, a raíz de lo acontecido en Polonia, cuando tras las elecciones polacas del 22 de agosto de 1989, que dieron la victoria a la coalición encabezada por Solidaridad, Gorbachov se negó a emplear sus tropas para abortar el proceso democrático en aquel país. Muy al contrario, en una conversación telefónica aconsejó al derrotado líder comunista, Mieczyslaw Rakowski, que apoyara el traspaso pacífico del poder al gobierno de Tadeusz Mazowiecki, quien dos días después tenía que ser investido nuevo primer ministro, tal como finalmente sucedió sin mayores contratiempos. Ronald E. Powaski, La guerra fría, Crítica, Barcelona, 2000, p. 327. [...]

[...] Acababa de publicar el presidente soviético su programa reformista, Perestroika, Mijaíl Gorbachov, Perestroika: New Thinking for Our Country and the World, Perennial Library, Harper & Row, 1988. [Trad. esp.: Yo Mijail Gorbachov. Perestroika. Mi mensaje al mundo, 2. vols, Primera Plana, Barcelona, 1991.] y su traducción a las distintas lenguas era acogida con complacida sorpresa por las cancillerías y los comentaristas políticos de todo el mundo occidental.

La reforma (perestroika), puesta en marcha por el 27º Congreso del PCUS (25 de febrero-6 de marzo de 1986), partía de un análisis descarnado de la realidad que contradecía la versión propagandística usada durante años para encubrir los graves errores de la dirección comunista en la gestión de la economía. Esa propaganda había dado lugar, bajo el liderazgo de Bréznev, al nacimiento del mito soviético del «socialismo desarrollado». Gorbachov se posicionó en la denuncia de ese mito desde el comienzo de su mandato, cuando tras asumir la secretaría general del partido, en abril de 1985, advirtió al comité central sobre la imposibilidad de proseguir con semejante modelo de desarrollo debido a la falta de los recursos humanos y materiales necesarios. En ese esfuerzo desmitificador lo acompañaron los medios de comunicación, que tras el giro proporcionado por la política de tolerancia y transparencia (glasnost) impulsada desde el gobierno, pudieron dar cuenta de la situación que vivía el país. Describía la gravedad de la situación de la economía soviética el dato elaborado por el director adjunto de Pravda, Dmitri Volovai, según el cual la estructura productiva de la Unión Soviética comportaba unas cifras astronómicas de pérdidas, que en varios de los ejercicios anteriores habían alcanzado los 600.000 millones de rublos al año, muy cerca de los 679.000 millones en que se estimaban las pérdidas totales causadas al país por la Segunda Guerra Mundial. Citado por K. S. Karol, Un año de revolución en el país de los sóviets, El País/Aguilar, Madrid, 1989, p. 15. Más allá de los trazos gruesos de ese análisis macroeconómico, las estadísticas oficiales indicaban que el crecimiento anual del producto nacional bruto (PNB) soviético se precipitaba por un camino descendente que parecía imparable: del 5,7% en la década de los cincuenta, se había pasado al 5,2% en la de los sesenta, al 3,7% en los años del período 1970-1974, al 2,6% en los del 1975-1979, y al 2% durante los años correspondientes al período 1980-1985, Gur Ofer, «Soviet Economic Growth 1928-1985», Journal of Economic Literature 25, 1987, p. 1.778. inmersos ya estos últimos en la guerra afgana.

Quiso el azar que este aciago panorama económico y los buenos propósitos de aquel Congreso reformista fueran apuntillados por el accidente nuclear que en Chernóbil (República Soviética de Ucrania) sufrió el reactor número 4 de la central Memorial Vladimir Illich Lenin, que sobrevendría el 26 de abril de 1986, solo cincuenta días después de aquella clausura congresual. El accidente de Chernóbil colocó el PIB soviético en un crecimiento abiertamente negativo que hundió el país en la recesión y no habría de abandonarlo ya en sus últimos pasos hacia la desintegración. En el balance estrictamente económico, lo sucedido en Chernóbil comportaría unos costes directos acumulados que iban a trascender la existencia de la misma Unión Soviética —a la que le quedaban apenas tres años de vida— y que veinticinco años más tarde, con los gastos de mantenimiento, construcción del sarcófago del reactor, tareas de descontaminación, atención sanitaria a 2,2 millones de afectados por la radiación, etc., se estimaba que alcanzaban ya un montante en el entorno de los 300.000 millones de euros: En la Conferencia Internacional Científica y Práctica «25 Años del Accidente de Chernóbil: Por un Futuro de Seguridad», celebrada en Kiev los días 20-22 de abril de 2011, el primer ministro ucraniano, Nikolai Azarov, cifró en 123.000 millones de euros el coste acumulado solo para su país. El informe que presentó el exministro de Economía polaco y asesor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) Jerzy Osiatynski, «Enhancing national programmes in support of economic development of the territories affected by the Chornobyl accident», estimaba que en la vecina Bielorrusia los costes acumulados del accidente ascendían a 160.000 millones de euros. Según ese informe, al coste global contabilizado en Ucrania y Bielorrusia había que añadir los costes que comportaba para otros países alcanzados por la radiación: por ejemplo, la Rusia postsoviética destinó, solo en el sexenio 1992-1998, el equivalente a 2.600 millones de euros para operaciones relacionadas con el accidente. en la coyuntura de 1986 el coste global que esa cifra representaba excedía en mucho las posibilidades de la menguada economía soviética.

El análisis justificativo de la perestroika, expuesto por Gorbachov en los días previos al accidente, se ajustaba al siguiente relato: en la segunda mitad de los años setenta la acumulación de fracasos de la economía soviética condujo al país a una fase de estancamiento que frenó su desarrollo social y económico; en ese momento, el modelo de desarrollo habría entrado en contradicción con las nuevas perspectivas de progreso abiertas durante esa década por la revolución científica y tecnológica; en apenas quince años, y como consecuencia, la renta nacional se redujo en más de la mitad, para estancarse a comienzos de la década de 1980. Al mismo tiempo, según su análisis, el esfuerzo económico del estado se habría dirigido hacia la «producción bruta», especialmente en la industria pesada, con el resultado de que priorizó las inversiones en costosos proyectos que consumían enormes cantidades de materias primas, energía, tiempo y trabajo, en perjuicio del consumidor: «Es natural que el productor trate de complacer al consumidor, si se me permite expresarme así. Entre nosostros, por el contrario, el consumidor se hallaba totalmente a merced del productor, y tenía que conformarse con aquello que este último quería entregarle, una consecuencia de la producción bruta. [...] Muchos de nuestros ejecutivos económicos se acostumbraron a pensar no en cómo aumentar el activo de la nación, sino en cómo invertir más materiales, tiempo y trabajo en un artículo determinado para poder venderlo a mayor precio.» Yo Mijail Gorbachov. Perestroika..., Op. cit., vol. 1, p. 17. El resultado era una ineficiencia productiva que conducía a la escasez de bienes y a la falta de competitividad en los mercados internacionales. En la práctica, concluía Gorbachov, la riqueza del país, «en términos de recursos naturales y de mano de obra, nos ha acostumbrado mal e incluso podemos decir que nos ha corrompido». Ibidem.

Decidido a no repetir aventuras bélicas como la que en Afganistán había llevado a la derrota tras asumir el ejército soviético la defensa del régimen comunista de Kabul frente a los islamistas, La intervención militar soviética se produjo en virtud del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Democrática de Afganistán, que el 5 de diciembre de 1978 habían suscrito Leonid Bréznev y el primer ministro y presidente del Consejo Revolucionario afgano, Nur Mohammad Taraki. Gorbachov presionaba al mismo tiempo a los regímenes socialistas subordinados para que impulsaran programas de reformas estructurales autóctonas capaces de abrir nuevas vías de legitimación del poder popular. Indicaba así un camino plagado de contradicciones. Las dificultades internas que la Perestroika encontró en el aparato estatal y las presiones a que lo sometió la confrontación con Estados Unidos empujaron la marcha de la política soviética a lo que ha sido calificado de auténtica huida hacia delante. Pero si la perestroika soviética comenzaba con el mal pie de Chernóbil e iba a conducir a un resultado imprevisto, también las perestroikas de sus vecinos estaban condenadas a escapar de la mano de sus impulsores. [...]

Lluís Cànovas Martí, «Una nueva tangibilidad de fronteras: camino de la implosión soviética (3)»Dos fragments del capítol 5 de Tránsito de siglo (La globalización neoliberal), treball en curs