Lluís Cànovas Martí / 29.2.2003
La expresión «guerra fría» se refiere al pulso que Estados Unidos y la Unión Soviética sostuvieron por el dominio en todos los ámbitos del mundo durante el período comprendido entre la postguerra mundial y el desmoronamiento del bloque socialista, un hito éste que simboliza en 1989 la caída del muro de Berlín. El término «guerra fría» hizo fortuna después de que lo empleara en 1948 el periodista Walter Lippmann en su columna del New York Herald. En realidad, en la inmediata postguerra transcurrió aún un tiempo de contemporización entre los aliados que sólo se rompió oficialmente el 12 de marzo de 1947, cuando el presidente Harry Truman expuso ante el Congreso de los Estados Unidos la que pasaría a ser conocida como «doctrina Truman»: suspensión de los compromisos internacionales contraídos en las conferencias interaliadas y comienzo de una gran cruzada ideológica en contra del comunismo, que supuso la confrontación entre el que llamaba «mundo libre» y los países del bloque socialista. Esta confrontación, que por su naturaleza formalmente ideológica implicó un gran despliegue propagandístico, comportaría el establecimiento de alianzas contra el adversario, el suministro de ayuda militar y económica a los países amigos y el desarrollo de una onerosa carrera armamentista que adquirió características de espectáculo con la «conquista del espacio».
La guerra fría se desenvolvió, además, sobre el telón de fondo de la represión de la subversión en campo propio, las guerras de liberación nacional en los países coloniales (y en el emergente tercer mundo en general) y la lucha de los servicios secretos de ambos bandos (con el recurso del asesinato político) en todas partes. Se trató de una guerra permanente, indirecta y, las más de las veces, sorda en la que nunca llegaron los contendientes a lanzar un ataque directo y frontal contra el territorio del adversario, aunque en más de una ocasión (como en 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba) se barajara seriamente la posibilidad de emplear armas atómicas.
La historiografía discrepa en numerosos puntos en cuanto a los desencadenantes de la guerra fría (y aun respecto al momento de su comienzo), las responsabilidades de su desarrollo y, sobre todo, a las razones de la implosión que causó la desaparición de la Unión Soviética y el desmoronamiento de su imperio. La interpretación clásica acerca de la génesis de la guerra fría señala como principal responsable a la Unión Soviética y al giro dado por Stalin al abandonar la estrategia de construcción del socialismo en un solo país para extender la revolución a todo el mundo capitalista. Invirtiendo los argumentos, una interpretación revisionista denuncia la responsabilidad de los Estados Unidos, que en su pretensión de controlar los mercados y recursos planetarios habría apostado por aplastar cualquier movimiento revolucionario que amenazara sus intereses, moviendo así a la reacción defensiva del contrario. Ni que decirse tiene que, frente a un dilema partidista de esta naturaleza, una tercera corriente historiográfica postrevisionista reparte las responsabilidades entre ambos contendientes, que con sus respectivas actitudes habrían suscitado la reacción del oponente, conforme a una dinámica de acción-reacción que trascendía las razones que los enfrentaban.
En esta dinámica se inscriben la constitución de la República Federal Alemana, impuesta en 1949 por Estados Unidos y Gran Bretaña en la Alemania del Oeste ocupada, que llevó al bloqueo soviético de Berlín, a la división de la capital alemana en sectores y a la creación de la República Democrática de Alemania; el Plan Marshall (1947) estadounidense para financiar la reconstrucción de la Europa destruida por la guerra, que fortaleció las democracias allí donde se aplicó, y el Plan Molotov de asistencia económica implementado el mismo año por los soviéticos, que fue la base del Comecon y permitió interrelacionar las economías de la Europa del Este con la Unión Soviética; la creación de la OTAN (1949), justificada por la amenaza de la bomba atómica que acababan de obtener los soviéticos, y argumento posterior para la constitución del Pacto de Varsovia (1955); el miedo a la propagación del comunismo en Asia, que tras la proclamación de la República Popular China (1949) llevó en 1950 al plan NSC-68, programa secreto determinante de la guerra fría en las dos décadas siguientes, guiado por una premisa: «una derrota de las instituciones libres en cualquier parte es una derrota en todas partes»... Indochina (desde 1950), Corea (1950-1953), la Hungría de 1956, la revolución cubana (1959)... fueron algunos de los lugares en que se dirimió de inmediato dicho reto.
Lluís Cànovas Martí, «La guerra fría»Prefaci al volum 32 de la Historia Universal Larousse, RBA Editores/Spes Editorial, Barcelona, 2002-2003