Enstein

Einstein, convidat a Barcelona per impartir un curs a l'Institut d'Estudis Catalans, és complimentat a l'Escola Industrial amb un concert de la cobla Barcelona i l'actuació d'un esbart dansaire (28.2.1923). Al seu costat, Pere Mias Codina, conseller de la Mancomunitat de Catalunya, i a la fila del darrere, entre els dos, l'enginyer Carles Pi Sunyer, aleshores director de l'escola. El dia abans, Einstein es reuní amb els anarquistes de la CNT, i l'endemà posava fi a la seva visita barcelonina (22 de febrer-1 de març de 1923)

Einstein y el anarquismo [Ectoplasmes 4]

Lluís Cànovas Martí  /  10.1.1997

Calculad el tiempo transcurrido: el 27 de febrero de 1923, en Barcelona, Albert Einstein visitó el local de la CNT de la calle de Sant Pere Més Baix.

El anarquismo no siempre fue visto con recelo por los intelectuales, y a la recíproca, los anarquistas a menudo se quedaron cortos en su desconfianza hacia los intelectuales. En Europa occidental, la inflexión que marca el camino de descalificaciones mutuas se sitúa en los comienzos del siglo XX, cuando prosperó la consigna anarquista de copar los sindicatos lanzada en Francia por Fernand Pelloutier. La opción estratégica implícita en esta consigna cargó las tintas en los aspectos industriosos de la futura sociedad y en una concepción obrerista de la revolución que, al mismo tiempo que rechazaba la mediación ante el poder, no reservaba plazas de preferencia a los intelectuales. Las ideas del sindicalismo revolucionario resultante (que en España condujeron en 1910 a la fundación de la CNT) forzosamente no debían de ser demasiado atractivas para quienes, por tradición y conocimientos, sin duda se creían mejor preparados para dirigir la sociedad. El resultado fue que los intelectuales se sintieron tentados por otras opciones que les resultaron más atractivas: las concepciones cientifistas del marxismo, en el caso de los más inquietos, y las seducciones del democratismo y del fascismo, para los moderados y los reaccionarios.

En ausencia de otros apoyos, el anarcosindicalismo ibérico tuvo que contentarse con desarrollar una cultura propia, básicamente obrera y autodidacta, fundamentada en un formidable esfuerzo de las escuelas racionalistas, los ateneos, las publicaciones ácratas y los sindicatos: un entramado asociativo que suplió con creces las deficiencias de aquella sociedad mayoritariamente analfabeta, en la que la educación era un privilegio de clase.

El anarquismo histórico, expresión extrema del racionalismo nacido con la Ilustración , nunca supo desprenderse de su ingenua concepción del progreso, que compartía con la burguesía que quería derribar, pero que, a diferencia de ésta, se esforzaba por entender el mundo y romper sus límites.

La llegada de Einstein a Barcelona fue, al respecto, una oportunidad que los anarquistas catalanes no desaprovecharon: Pere Foix, del comité regional de la CNT, explica que lo fue a ver; espoleó una supuesta coincidencia política a propósito del pacifismo y el Manifiesto de los 93 contra el Káiser (el físico no recordaba haberlo firmado y pidió disculpas arguyendo su poca memoria en cuestiones no científicas); se lo llevó al Sindicato Único de la Distribución , y, con el local repleto a tope, lo sometió a un discurso improvisado de Àngel Pestaña. Por Foix sabemos que el sabio les recomendó la lectura de su querido Spinoza y que, apostrofando una de las afirmaciones de Pestaña, aseguró que la represión sufrida por los obreros se debía más a la estupidez que a la maldad. Controvertida la afirmación, profusamente recogida por la prensa del momento: «yo también soy revolucionario, pero en el terreno científico», que no se correspondía con su pensamiento y que él mismo desmintió en una entrevista concedida dos días después. Un año antes de su muerte, en la compilación Mis ideas y opiniones (1954) reafirmaba su democratismo y su punto de vista favorable al gobierno mundial y al papel de los científicos en el orden resultante. La única referencia al anarquismo aparece en una carta de 1947: «excepto un reducido número de anarquistas, todos estamos convencidos de que la sociedad civilizada no puede existir sin un gobierno». Ninguna referencia a los cenetistas barceloneses (¿o tal vez pensaba precisamente en ellos al referirse a aquel «reducido número»?): la memoria, sabemos por él mismo, no era el punto fuerte de Einstein en las cuestiones no científicas. Para el anarquismo histórico, en cambio, la memoria seguía siendo en 1997 su única razón. Y entre el patrimonio histórico reivindicado, la antigua sede de la calle de Sant Pere Més Baix que en 1923 había recibido la visita de Einstein.

Lluís Cànovas Martí, «Einstein y el anarquismo» [Traducción castellana] Escrit en català per a l'Illacrua, núm. 42, febrer 1997