Vulgaritat i xaroneria d'una de les pioneres del "destape" espanyol dels anys setanta, Susana Estrada: trenta-cinc anys després del seu llançament, participa en una nova pel·lícula, Carne cruda (2011), de Tirso Calero, fidel en tot a l'estètica carpetobetònica que la va dur al cim. Fotograma promocional de la pel·lícula, amb Susana Estrada i el seu company de repartiment, Ferrán Gadea.

Susana Estrada o la desublimación represiva

Lluís Cànovas Martí  /   octubre de 1987

Estrella de las noches madrileñas, adelantada en la carrera de «destapes» que vivió el mundo del espectáculo nocturno español al comienzo de la transición democrática. En 1987 presentaba su espectáculo Machos 87 en la sala de fiestas Pasapoga.

Año 1976: encaramado a un par de piernas medianamente aceptables, aunque consideradas siempre desde la perspectiva que sobre el escenario ofrece la prótesis de sus tacones, su sexo recobra sin ambages la condición de «coño» y como tal lo enarbola de bandera, dispuesta Susana a abrirse paso en la vida, que ése es su instrumento de trabajo. Susana es la musa del destape nacional, su pionera, su enseña, su vanguardia militante en ese año de 1976 preñado de incertidumbres y esperanzas. La chica no baila, no canta, no representa, no improvisa bajo los focos argumento allá de la genitalidad que exhibe: deambula por las tablas como un pisapapeles de uretano; arrastra incipientes melodías en tonos carrasposos y, en la arritmia de desangelados meneos, sobreeleva con esfuerzo gimnástico el pie a la altura de sus ¿siliconadas? glándulas, marcando así en la gramática del género el acento tónico de la vulva sobre la atonía general de su actuación. Susana es, sobre todo, una neófita autodidacta y, como tal, hace lo que puede. Suficiente, a tenor de los montones de mesetarios que, como rebaños por las cañadas, llueven sobre la capital a través de la autopista, fletando autobuses si hace falta, para verla actuar. El dato, reclamo publicitario del momento, sirve, en su verosimilitud más que dudosa, de rasero a un éxito de medios comunicativos que no se corresponde con la realidad sociológica del patio de butacas desde el que se la contempla, en donde el mismo público de noctámbulos calaveras de siempre, mayormente ejecutivos, experimenta la habitual comezón de toda sicalipsis, si acaso ahora más intensa, potenciada por la coyuntural radicalización de las relaciones laborales en el ámbito de la empresa, que en la zozobra les impele al desfogue.

Ante esta fauna voraz, en años sucesivos Susana sobrepujará su herramienta con la adquisición de tablas y una escalada de «escándalos» que no escandalizan, pero sí ayudan a sostenerla, pese a las huellas implacables del paso del tiempo, en el escaparate/altar de los deseos de sus incondicionales, permitiéndole alardear en 1980, cuatro años después de su lanzamiento, de haberse «tirado a más de mil tíos», función en la que tiene a gala ser una auténtica profesional y, siquiera sea por la constancia empeñada, cuenta con auténticos propagandistas, como el periodista Luis Cantero, que probó sus artes amatorias para el semanario Lib, y el mitómano autor de La historia mágica de España, Fernando Sánchez Dragó, quien tuvo su ocasión en 1986, al coincidir con Susana en un coloquio radiofónico y -redondeando probablemente ya el número dos mil o dos mil quinientos de los que a ella sucumbieron- pudo afirmar sin dudas razonables: «Susana es una de las mejores amantes que han pasado por mi cama».

Susana Estrada nació el 18 de junio de 1950 en Gijón. En nada original su familia: típico matrimonio de la clase media baja que sobrevivió a la guerra civil y viose acrecida en la inmediata posguerra con un hijo, Juan Manuel, antes de que naciera ella siete años más tarde. Los cuatro llevaron una anónima existencia en Gijón, y durante un breve período a inicios de los sesenta residieron en Valencia, llevados por la actividad laboral del padre, cualquiera que ésta fuese, administrativo o calafateador en los astilleros, funcionario, guardia civil o brigada, qué más da, que a ella no le gusta mezclar a la familia con sus cosas.

En su ciudad natal asistiría a un colegio de monjas, para mayor inri en las severas ursulinas, según algunas de las improbables señas de identidad que ofrecen sus biógrafos. Se inicia en la masturbación a los ocho años, para sobrellevar desde su discreto pupitre el tedio de aburridas clases de catequesis; descubre con casi doce que a los niños no los trae la cigüeña, ni vienen de París; viste de fallera a los trece; quien sí viene de Francia es un joven turista con el que Susana descubre a los quince «el inmenso placer de follar», según declaración a la que añade retadora: «para no ser menos que los machos ibéricos, que todos empezaban también entonces con una turista». En 1966, concluye los estudios en el Instituto de Gijón, con suspensos en todo salvo en geografía; sin solución de continuidad, se casa el mismo año, y ahí Susana se siente obligada a precisar que, en contra de las apariencias, «no fue de penalti, porque tuve un hijo casi de inmediato», pero en 1967. El matrimonio se rompió al año siguiente, cuando ella estaba embarazada ya de su segundo niño, que nació en el mismo 1968. La experiencia conyugal debió de ser horrible, porque asegura que «no me volvería a casar en mi vida, ni siquiera con un millonario a punto de cascarla». Avergonzada, confiesa que su período marital fue «la época quizá más tranquila en cuanto a marcha se refiere»; pero su marcha decisiva es la que pronto emprende sobre Madrid, a recuperar el tiempo perdido «con las ideas bien claras de lo que quería conseguir, que no pierdo yo la cabeza por un polvo». Trabaja de modelo publicitaria, y «como no soy la típica morenaza, sobre todo para el extranjero»; su primer fotógrafo es el argentino José Joaquín Fanjul; se inicia en el cine con Las tres perfectas casadas (1973), del mexicano Benito Alazraki, y se encasilla en las comedias del sexo soft, calificadas administrativamente en la España de esos años como películas «S»: El libro de buen amor (1975), de Tomás Aznar y Julián Marcos; La trastienda (1975), de Jorge Grau, recomendada por un José Luis Moreno que aún no ha dado el gran salto televisivo con sus muñecos; La noche de las gaviotas (1975), de Amando de Ossorio; Lucecita (1976), de José Luis Madrid; Sexy, amor y fantasía (1976), de Julián Xiol; El jovencito Drácula (1977), de Carlos Bonpar, y Pepito Piscina (1978), de Luis María Delgado, siempre en papeles secundarios; participa también en un corto de Sergi Schaff; pero el hecho que marca su futuro profesional es su relación con Carlos de las Heras, quien reorientará su carrera y se convertirá en su manager y compañero.

Al abrirse en 1976 el régimen de tolerancia censoria para el mundo del espectáculo, se da a conocer en la sala Video Set con Historias verdes del striptease. Aunque al final se quede «en pelota», como ella define su osadía, no hay en aquella su primera salida a escena otro arrumbe de ajetreos carnales que los que la comparsa de su voz sugiere: siempre en el papel de posesa monocorde de una nada convincente satiriasis barriobajera. Le siguen Muñecas (1977), donde, según la publicidad, marca el mérito de ser la primera artista penetrada por un robot en escena, y Machos (1978), que bajo variantes diversas pasearía por toda España en los años siguientes.

La auténtica oportunidad de dar el gran salto le viene de la mano de dos películas hechas a su medida, en las que por primera vez figura como cabeza de cartel: El maravilloso mundo del sexo. Kamasutra prohibido de Susana Estrada (1978), de Mariano V. García, y Pasión prohibida (1980), de Amando de Ossorio, «dos verdaderos bodrios», como ella misma las define, al denunciar haber sido víctima de un fraude por la baja calidad de los equipos participantes en el rodaje, realizado con guión y medios característicos del género porno más deleznable, que a la compañera de reparto de Kamasutra le costaría el novio, herido en su honor y huido en plena proyección la noche del estreno, a pocos días de la boda. Tras la desafortunada experiencia, Susana afirma seguir a la espera de mejor ocasión, mientras presenta en 1980 su primer disco, Me voy de tu vida (el segundo en 1981, Amor y libertad ), publica el libro Húmedo sexo (1980), intento carpetovetónico de emular con 80.000 ejemplares el célebre best seller millonario de la prostituta norteamericana Xaviera Hollander. También tras las huellas de ésta, su consultorio sexológico para las revistas Play Lady y Lib, los concursos para pasar veinticuatro horas con ella, su codearse con la clase política y las fotografías con los triunfantes presidentes Suárez y González, así como con el perdedor Carrillo, por no hablar de la archiconocida teta que logró colar de rondón ante las narices del alcalde Tierno durante la entrega de los premios Pueblo de 1977, que el Viejo Profesor, protegido por sus muchas dioptrías, juró años después no haber visto, pero que en su momento le valió severas reprimendas de las feministas, que criticaron la inoportunidad de algunos de sus comentarios sobre el caso.

Como es norma entre quienes viven del físico, no reivindica jamás su edad, que la sitúa claramente entre los de la generación de Mayo del 68, percance histórico -que en el terreno cultural y de las costumbres tuvo su traslación a la misma cama, como «revolución sexual»- a la luz de cuyos postulados el fenómeno Estrada en la España de la transición de starlettes democráticas no sería ni «progre», ni «liberador», sino simple instrumento de «desublimación represiva», en su caso servida como latiguillo del puritanismo moralizador patrio, al que ella gusta de fustigar «por hipócrita», que ésa es su aportación más notable, su leitmotiv y su eslogan regenerador. Mucho más reveladora es su inclinación a reivindicar el paisanaje astur, reflejo condicionado acaso del anterior régimen de «patrias chicas», sidras, gaitas y Educación y Descanso que le tocó vivir, y referencia inconsciente al proceso de reconquista iniciado por don Pelayo en Covadonga, recuperado a su vez por Susana como concurrencia heroica de la hembra autóctona frente a la invasión de sexo multinacional que amenazaba con ahogar la libido del país en los albores de ese proceso de integración europeo abocado inexorablemente a los placeres orgiásticos del Mercado Común.

Lluís Cànovas Martí, «Susana Estrada o la desublimación represiva»Escrit per a Doble cero (Protagonistas de 1987), Difusora Internacional, Barcelona, 1987